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Editorial

¿La Era Trump convertirá a Estados Unidos en un país Tercermundista?

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Desde la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump la gente percibe que la nación más poderosa del mundo se encamina a convertirse en un país del tercer mundo.

Todo el mundo sabe como la ley norteamericana envía un mandato de severidad en contra de su violador, pero principalmente del que conspira en contra del status quo.

Y es bueno que se entienda que no sólo está en contra del status quo el que se apoya en una ideología diferente a la capitalista, como por ejemplo la socialista, sino también de aquel que socava todo el sistema que le da soporte a esta forma de gobierno.

La conducta de  Donald Trump, podría decirse, que  vulnera una serie de pruritos y principios de la sociedad norteamericana, los cuales envían permanentemente el mensaje de que no haga lo que está al margen de la ley, porque el propio sistema se encarga de  aplastarte.

Es decir, que hay un régimen de consecuencia, sin importar su colocación en la pirámide social y económica de la sociedad estadounidense, lo cual tiene mucho sentido porque la  clase gobernante entiende que no se puede poner en peligro la estabilidad del Estado.

Pero Donald Trump ha dado la impresión que la vendida institucionalidad norteamericana no es más que un mito, sobre todo si se toma en cuenta que los Estados Unidos busca por su condición de imperio de imponer la regla del juego en el mundo.

En consecuencia tiene que ser un ejemplo en ética política, moralidad y respeto a la ley, lo cual ha sido tirado por la borde durante la administración Trump, quien parece estar por encima de todo e incluso de la clase que allí gobierna.

El capítulo que viene ahora es el «impeachment»  a iniciativa de la líder de la Cámara de Representantes, Nancy Polosy, porque el presidente ha presionado a su colega de Ucrania para que investigue al principal candidato de la oposición, Joe Biden.

Lo grave del asunto es que Trump hasta le retuvo unos doscientos millones  dólares que debieron llegar a ese gobierno para presionar que se investigue a la familia de quien fue vicepresidente con Barak Obama.

Sin embargo, todo luce que esto no pasará de tener un impacto político en contra de Donald Trump, porque muy difícilmente los demócratas logren su destitución, dado que el Senado de los Estados Unidos está controlado por el Partido Republicano.

Esto quiere decir que el verdadero poder en los Estados Unidos lo tienen los partidos políticos y la proclamada institucionalidad de la sociedad norteamericana no es más que mito que sirve de poco.

En pocas palabras, Donald Trump ha desmoronado los valores democráticos  de los Estados Unidos y que a partir de su Gobierno no hay forma de trazar pautas a los países que están bajo la órbita de occidente.

Ya veremos.

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Editorial

Neo-constitucionalismo versus institucionalidad.

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A nivel internacional e incluso en aquellos órganos de la Organización de Estados Americanos (0EA) y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) está muy en boga el concepto predominante en el constitucionalismo contemporáneo, el cual se fundamenta en valores, principios y derechos fundamentales.

Y naturalmente el fenómeno también ha impactado a la República Dominicana en dos niveles diferentes, uno el académico e intelectual y el otro en la práctica del derecho por parte del Tribunal Constitucional.

En este aspecto nadie puede dudar que en ambos contextos ha habido avances importantes, primero porque el tema está sobre la mesa en los escenarios de las universidades nacionales y de una serie de constitucionalistas que abordan la cuestión y en las sentencias que emite el Tribunal Constitucional, en las que se reflejan las teorías en esta materia que hoy se debaten en el derecho comparado.

Son muchos los entuertos corregidos por el Tribunal Constitucional en lo que respecta a derechos, principios y valores como el de igualdad en la aplicación de las salidas que se les debe a los casos en que el mismo resultaba subordinado a otros principios de menor peso.

Pero se observa que el sendero que lleva el Tribunal Constitucional no parece que deje los resultados esperados, por lo menos a corto o mediano plazo, porque ese neo-constitucionalismo fundamentado en derechos, valores y principios no ha sido lo suficientemente digerido por el juez de primera instancia y de las cortes de apelación.

Aunque, naturalmente, podría decirse que al final de la jornada una mala interpretación jurídica, de la ponderación y de la argumentación por parte de los jueces de primera instancia va a sucumbir en el camino  porque los casos tienen como   destino  que lleguen al Tribunal Constitucional, pero en realidad ante lo largo de la mora podría decirse entonces que en los casos habría denegación de justicia.

Entonces, la pregunta que se impone es si con los bajos niveles de institucionalidad será posible que en el país prevalezca con buenos resultados el neo-constitucionalismo a partir de que hasta las decisiones que se inscriben en esta corriente no tienen la garantía de que se apliquen en los tribunales inferiores, muchas de las cuales además sientan jurisprudencias y constituyen precedentes vinculantes.

En realizad, ante un sistema de justicia obsoleto, con jueces con una visión atrasada del derecho, no es fácil que la corriente del constitucionalismo contemporáneo haga efecto en el país, por lo menos en los próximos años.

En consecuencia, se impone que el Consejo del Poder Judicial y la Suprema Corte de Justicia recurran a su inspectoría para que someta a un control a los jueces ordinarios o de los tribunales inferiores para que se compruebe sin fallan en función de la nueva corriente del derecho que tiene que ver con el neo-constitucionalismo, el cual está fundamentado en valores, principios y derechos fundamentales.

Además, seria de una gran importancia que se pueda crear una mesa técnica que le dé seguimiento a este tema, la cual debe estar integrada por abogados constitucionalistas, las universidades nacionales a través de sus escuelas de derecho, el Consejo del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, a fin de que haya una vigilancia permanente de los actores del sistema de justicia y así evaluar si se comportan en función del catálogo de derechos humanos consignados en las figuras de la interpretación, la ponderación y la argumentación.

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Editorial

R.D. en medio de disyuntiva politica entre jóvenes viejos y viejos jóvenes.

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El agotamiento del modelo que han impregnado en la sociedad dominicana los partidos históricamente viejos, comprometidos con el peor de los pasados, parece abrirle las puertas hacia la dirección del Estado a jóvenes sólo biológica o físicamente, pero viejos de ideas y con profundos compromisos con los intereses de sus padres y abuelos.

El fenómeno, aunque parece normal,  si la sociedad no le pone atención a ese detalle, podría vernos sumergidos en las mismas inconductas de políticos partidistas que se llevan hacia la eternidad su mal accionar en contra del país y de la patria.

En estos tiempos no ha quedado dudas de que se avecinan cambios en la forma de hacer política, en ponerle fin a la cadena de complicidad que ha colocado al país en su peor destino, en lo que podría ser la más grande desgracia nacional.

El nivel de abstención permite hacer un diagnóstico de la mejoría de un enfermo que parece que no se quiere dejar morir y naturalmente nos referimos a la República Dominicana, cuyos actores de la vida política nacional lo han empujado a un precipicio que si se cae en ese vacío no lo salva nadie.

Sin embargo, las elecciones recién celebradas, tanto las municipales como las presidenciales y congresuales, han dejado el mensaje de que la gente, el ciudadano, no está dispuesto a dejar que todo se pierda, porque la abstención es una alarma de los grandes riesgos que corre la democracia y que indica que el votante no se mantendrá pasivo e indiferente.

Naturalmente, ese disgusto debe ser bien canalizado para que el remedio no sea peor que la enfermedad, por lo que se impone poner atención a una camada de políticos nuevos que tienen serios compromisos con ese pasado funesto que arrastra el país.

Hay una serie de jóvenes que más que representar el verdadero cambio que se requiere, representa sumergir la nación en el peor de los legados y ante esa realidad, en muchos casos, vale más la pena fijarse en políticos biológicamente viejos, pero jóvenes desde la perspectiva de su compromiso con el futuro a través de la ética y la moral y de ideas innovadoras que conduzcan a la República Dominicana hacia el crecimiento y el desarrollo.

Las herramientas están a la mano, pero todo va a depender que tanto compromiso se tenga con el pasado, con los políticos corruptos y degenerados, o con aquellos que a pesar de ser biológicamente viejos, son jóvenes de ideas y de proyectos que insertarían a la nación en un porvenir promisorio.

Es bueno que se entienda que el quid del asunto no descansa en escoger un joven que no tenga la menor idea del poder del Estado para la transformación nacional, pero además comprometido con un pasado que lo ata, sino ciudadanos, sin importar la edad, que rechazan ese legado y que procuran vivir más allá de la muerte.

Ojos pelaos, porque todo lo que brilla no es oro.

 

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Editorial

Un enfermo que camina con un medicamento o muleta que no evitará su muerte.

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Las elecciones celebradas este domingo dejan un mensaje agridulce a los dominicanos, porque los comicios no son un instrumento de fortalecimiento de la democracia, sino de una reconfirmación de una serie de antivalores cívicos y democráticos.

La peligrosidad de la crisis social, económica, de seguridad pública y ciudadana, así como de fenómenos como la exclusión social y la corrupción generalizada, toma cuerpo en la sociedad dominicana, ya que el que no ve la vida desde esa perspectiva es un loco o desquiciado.

Por esa razón aparece gente en el proceso electoral que se concentra en un centro de votación y sólo acude a depositar su voto cuando aparece el mejor postor para comprarle ese derecho cívico tan sagrado.

Es decir, que se trata de un problema de fondo, muy delicado y como ha dicho este periódico en otras ocasiones, de que se trata de un mal con raíces profundamente culturales.

Y no importan las advertencias de la Procuraduría de Asuntos Electorales, porque esta instancia adolece del mismo problema, dado que se trata de una cuestión integral y transversal a todas las instancias públicas y privadas de la sociedad dominicana.

Sin embargo, el ciudadano dominicano se ha encargado de enviar el mensaje de que no está conforme con la conducta de los gobiernos que se suceden en el país, lo cual no es asimilado por los partidos políticos que cuando tienen el control del Estado se creen que el patrimonio público es de su propiedad.

La abstención y más que ésta el propio voto en blanco, que aparece por primera vez en unas votaciones nacionales,  es una herramienta para buscar mejorar la democracia nacional y decirles no a los politiqueros que no creen en otra cosa que no sea en sus propios intereses personales o individuales.

Este nuevo triunfo del PRM a nivel municipal y nacional no sirve más que para que estos funcionarios en un segundo periodo gubernamental se crean que el patrimonio público les pertenece por ser parte de una herencia que les dejaron sus abuelos.

Lo preocupante de todo esto que aun aquellos que tenían una actitud crítica con los que se dedican a la politiquería hoy se sumen a los que no tienen otro propósito que causar la ruina de las riquezas nacionales.

Sólo falta esperar para tener todos los resultados de las elecciones presidenciales y congresuales, en las que  parece que la nueva figura que hace presencia en la política partidarista nacional es la falta de legitimidad de sus autoridades, lo cual podría representar un serio problema de gobernanza y gobernabilidad.

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