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Editorial

Una Precandidatura Sin Ninguna Base de Sustentación.

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El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en su esfuerzo por ganar terreno en el campo electoral se aboca este domingo a celebrar su consulta con varios precandidatos que no parecen tener la fortaleza necesaria para buscar los propósitos perseguidos porque no representan una verdadera nueva propuesta.

Ninguno de los que han presentado sus aspiraciones y las cuales serán sometidas al escrutinio de unas bases peledeístas que fueron arrasadas o por lo menos contaminadas  por la corrupción que caracterizó la gestión de los expresidentes Leonel Fernández y Danilo Medina, ambos ahora enemigos a muerte,  representa lo nuevo que tanto se proclama.

Entre los aspirantes están Abel Martínez y Margarita Cedeño, los dos con mayores posibilidades de salir triunfante de la llamada consulta, pero que ninguno de ellos reúne las condiciones para renovar la esperanza en un pueblo severamente golpeado por la corrupción en la que ambos fueron protagonistas de primer orden.

La cuestión es que ambos son el resultado de una sociedad con una grave crisis moral y cuando ello ocurre cualquier pelafustán fácilmente se encarama en la cima del poder público como podría ocurrir ante la debacle del sistema de partidos de la República Dominicana.

Abel Martínez es una expresión de la consigna y el principio por el que se rigen los politiqueros del país, cuyo principal propósito es enriquecerse primero sobre la base de la corrupción administrativa, luego asumir un discurso falsamente ético y por último presentar aspiraciones presidenciales.

Esto se ha cumplido al pie de las letras con Abel, ya que primero manejó sin transparencia los fondos de la Cámara de Diputados, luego se alzó con la alcaldía de Santiago y  finalmente busca convertirse en candidato presidencial por el Partido de la Liberación Dominicana.

En este camino, que Abel ha recorrido  de la mano del hombre que representa un símbolo de la corrupción nacional, como lo es Félix Bautista, quien fue el padrino político del ahora aspirante presidencial para que ocupara la presidencia de la Cámara de Diputados, de donde extrajo la fortuna que hoy exhibe y cuya realidad establece un vínculo con los sectores más oscuros de la sociedad dominicana.

Abel es una típica expresión de la farándula política nacional, porque carece de la formación, el carisma, la integridad  y las condiciones morales para representar algún tipo de cambio en el país, ya que la corporación edilicia se ha manejado más que nada con una percepción que no tiene nada que ver con la realidad, lo cual implica una estafa en contra del votante.

De ahí que no luce que sea fácil que Danilo Medina se quede de brazos cruzados ante la posibilidad de que muera su liderazgo dentro del PLD, lo cual implicaría que Leonel pase a ser el dueño de la Fuerza del Pueblo y también del partido morado.

De cualquier modo esto no tiene una mayor importancia si es que estos sectores se constituyen en una opción triunfadora en las elecciones del 2024, lo cual no parece viable, aunque cualquier cosa puede ocurrir ante un gobierno como el del PRM que no tiene claro hacia donde se dirige.

 

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Editorial

Un debate que se queda en las buenas intenciones de sus organizadores.

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El debate presidencial entre los tres principales candidatos en las elecciones del próximo 19 de mayo del 2024 representa un escenario que por sí solo no constituye ni genera ningún tipo de esperanza en una democracia con niveles muy alto de descredito.

No importa que hermosos sean los discursos de figura como Leonel Fernández, Abel Martínez y del presidente Luis Abinader, porque hay una expresión que dice por sus hechos los conoceréis.

Habrá alguien que se atreva a decir que aparte de lo que ellos puedan prometer estos tres personajes tienen algo tangible en favor de la democracia dominicana, máxime en el tema más delicado de la vida nacional que es el que tiene que ver con un comportamiento ético.

Este periódico entiende que ello sería vender una mentira que tarde o temprano se confirma una vez más, ya que son tantas sus falencias que no hay forma de que lo dicho por ellos pueda servir para mejorar los niveles de credibilidad de la democracia.

En realidad, es como si se tratara de un circo, donde sus protagonistas no es verdad que motivan una reacción saludable para que se puedan vender muchas boletas y aumentar la asistencia a ese entretenimiento.

Y el problema no radica en la edad, para específicamente hablar de Leonel Fernández, sino con lo que ha sido su conducta, ya que es muy poco lo que se puede creer de lo que dice, aunque lo propio se puede decir de los relativamente jóvenes que están en el mismo entorno como Abel Martínez o Luis Abinader, lo cual lo hace viejos de pensamientos y en consecuencia representantes de la misma cosa.

Es decir, que la juventud de Abel Martínez significa lo mismo, dado que su comportamiento en el escenario político nacional y su vida pública son más contundentes que cualquier otra cosa y que de todo lo que se pueda decir.

El presidente Abinader tampoco tiene la credibilidad suficiente para mejorar  la democracia nacional, entonces siendo así el debate es una herramienta que en este caso sirve de poco.

Y no es que el mismo no sea idóneo siempre y cuando cambien los referentes de los personajes que intervienen en él, sino que su efecto sólo será posible si quienes exponen sus ideas avalan éstas con una conducta que haga creíble lo que dicen.

De otro modo, es como nadar en el mar, dado que el color de la pluma del pájaro no descansa en pintarlo del color que más puede gustar en el escenario donde vuela, sino de aquella que es la natural y que sin importar lo fea que sea no distorsiona  el mensaje fundamentado en la verdad, la originalidad, la transparencia y la formalidad que reclaman las circunstancias.

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Editorial

Policías y militares dominicanos no difieren mucho de los haitianos.

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Si una cosa debe preocupar a la sociedad dominicana tiene que ser el comportamiento de sus policías y militares, porque la gran mayoría no exhibe una buena conducta.

Si se revisa la participación policial y militar en los atracos y robos a mano armada que ocurren en el territorio nacional,  siempre se encontrará la sombre de miembros de los cuerpos armados.

Y si se analizara el problema a partir de lo que ocurre en la frontera, las cosas se complican, porque aparte de que son los militares destacados allí los que permiten la entrada de los haitianos, también fácilmente va a quedar al descubierto que por ahí entra mas que seres humanos, sino  droga,  trata de blanca y miles de actividades ilegales.

Lo complicado del asunto es que el lenguaje que se habla en esa parte del pais es el del dinero dinero, cuyo involucramiento de los militares destacados allí  proviene de los partidos políticos, en los que todo tiene un precio y sólo las cosas caminan cuando cada uno recibe los suyos.

Es decir, que pedir un comportamiento ético y mística en las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional es una quimera que no parece tan fácil de lograr.

El país está inmerso en la fiesta de los cuartos y el que no tiene la audacia para buscarlo y repartir se queda fuera de la misma, porque nadie lo quiera a su lado y precisamente así están los cuerpos armados de la nación.

Ahí está la explicación del comportamiento de los miembros de la Dirección Nacional de Migración, quienes están más atentos de las propiedades de los haitianos que de su documentación y si son o no ilegales.

Lo grave del problema es que, aunque muchos superiores hablan todo lo que les viene a la boca cuando se produce un escándalo, lo cierto es que nadie está fuera del botín, cuyos beneficiarios no les importa otra cosa que acumular dinero sin importar las consecuencias e incluso aunque tengan que poner en peligro los intereses de la patria.

Si este comportamiento no es detenido al precio que sea, la República Dominicana va a sufrir un deterioro en su imagen que llegará un momento que el mal va ser muy difícil revertir.

El problema toma cuerpo, porque se profundiza la crisis de valores, pero no parece que el mal pueda ser detenido porque es la mayoría de la gente que anda en la misma onda.

Solo queda observar.

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Editorial

Un hecho que hiere la conciencia nacional.

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La violación sexual de una adolescente haitiana durante un operativo de la Dirección General de Migración representa una afrenta en contra de toda familia sin importar en qué lugar del mundo ocurra y la nacionalidad de la víctima.

Puede producirse en cualquiera de los continentes que conforman el mundo y no hay forma de justificar semejante aberración.

Todo el que tiene algún sentimiento paternal tiene que indignarse con semejante aberración, la cual constituye la que más heridas psicológicas y físicas produce en sus víctimas.

Esa es una forma de arruinarla la vida un ser que apenas comienza a vivir, cuyos traumas la acompañarán durante el resto de su existencia.

No hay forma de concebir semejante crimen, porque en realidad la violación sexual es uno de los peores recursos de cualquier degenerado en contra de sus víctimas.

Cualquier buen ciudadano, no importa que tan poca o muy civilizada sea su nación de procedencia, no puede sentirse cómodo con que un degenerado sobre la base del poder público cometa semejante agresión, pero peor aun en contra de una persona que todavía se puede definir como una niña.

Ya el Gobierno ha reaccionado al respecto, pero el asunto no permite dilaciones, porque el remedio tardío puede ser mucho peor que la enfermedad y la sociedad dominicana no puede darse el lujo de proyectarse ante la comunidad internacional como una nación de salvajes y de perversos que se escudan en la ley para cometer sus atrocidades.

No hay forma de justificar semejante acción, sin importar las diferencias migratorias y a otros niveles con los haitianos, porque el crimen cometido por miembros de la Dirección General de Migración trasciende todas las fronteras.

El que viola a una haitiana de igual lo hace con una dominicana o con cualquier otra persona, porque se habla de un enfermo que merece tratamiento clínico y de la sanción que dispone la ley para este tipo de conducta.

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