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Editorial

Pasan los años y nos volvemos viejos.

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El tiempo transcurre y no se observan cambios sustanciales en función de los valores que generan las grandes transformaciones en cualquier sociedad del planeta.

La transparencia, la honestidad y la vocación anticorrupción son quizás algunas de las cosas que permiten que un país pueda avanzar en cuestiones tan fundamentales como la educación, la salud, por sólo mencionar estos dos pilares del desarrollo de cualquier nación..

Lo preocupante en la República Dominicana es que los antivalores ya alcanzan una categoría que para superarlos tendría que producirse una transformación social, cultural, política y económica muy profunda que se lleve de paro la forma equivocada de hacer las cosas.

Pero esa posibilidad cada día se aleja, porque aun aquellos que vendieron en algún momento la percepción de que nunca estarían de acuerdo con esas distorsiones, hoy tiran la toalla y se agarran de las manos de los que no sirven para nada, absolutamente para nada.

Y esa visión sólo genera más frustración, mayores decepciones y estimula lo mal hecho, ya que los actores que deben producir los cambios lo enaltecen, lo prestigian y lo preconizan.

Es mucha la desesperanza que hoy arropa a la República Dominicana, donde su clase política es experta en vender una percepción que no tiene nada que ver con la realidad, porque sólo así puede perdurar por un largo tiempo la mentira y el engaño.

El país se queda sin voces éticas, ya sea porque se ponen viejos y pasan a otra dimensión o sencillamente  porque se cansan y se suman a los que tienen la única aspiración de buscar riquezas materiales a cualquier precio, sin importar quien sufra, dado que su preocupación es que todos los ciudadanos se sumen a lo que no sirve, a lo que no tiene futuro.

Es tan avasallador el fenómeno que el legado dejado por los antepasados ya no tiene ningún valor, porque aun aquellos que se supone que deben preconizar los ejemplos de sus ascendientes,  prefieren abandonar sus sueños, la utopía de sus ideas y se suman a lo contrario de lo bueno, de lo sano, aunque nunca alcancen lo que buscan.

La sociedad dominicana luce grave y profundamente enferma y no parece que haya algún médico social que pueda sanarla, porque es un asunto de genes, que va mucho más allá de lo que se ve a simple vista.

Puede existir la seguridad de que la fiebre no está en la sabana, sino en el enfermo, lo cual indica que se trata de un asunto profundamente cultural y que para erradicarlo requiere de un trabajo largo en el tiempo, con metodología, disciplina y buena formación.

Lo que no sirve ha mostrado por décadas que tiene la fuerza suficiente para imponer que prevalezca lo malo y esa filosofía de vida es tan perversa que no tiene la  menor duda de que debe acelerar el proceso para que lo que sirve se ponga viejo con el pasar del tiempo y no pueda valerse por si mismo  o de lo contrario que  muera sin dejar ni siquiera rastros de resistencia.

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Editorial

La falta de visión hace que prevalezca la torpeza.

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El presidente Luis Abinader si por una cosa se caracteriza es por cometer errores infantiles, propios de los que no tienen ningún tipo de miramientos.

Primero lo vimos con la situación haitiana, porque en vez de procurar atacar las falencias de que adolece el Estado dominicano, se dedicó a ir a conclaves internacionales a solicitar una intervención armada en el pueblo vecino.

Puede afirmarse que el odio acumulado entre ambos pueblos durante la gestión de Abinader se ha profundizado y radicalizado.

Todo como resultado de las torpezas que caracteriza al Gobierno del Partido Revolucionario Moderno (PRM) y de Luis Abinader, lo cual también tiene un impacto importante en la economía, ya que se trata del segundo socio comercial del país.

Pero ahora resulta que el escogido es Venezuela, porque Abinader ha convertido el país en una caja de resonancia de los Estados Unidos de América, lo cual constituye un craso error.

El hecho de que Nicolás Maduro tenga criterios pocos democráticos en la vida política de Venezuela no le da autoridad a Luis Abinader a crear una situación de ingratitud con un pueblo que las relaciones con él deben ser muy cuidadosas.

En este nuevo capítulo del presidente Abinader hay que volver a retomar la expresión que dice que no se le puede pedir peras al olmo.

Por mucho que se le pida al Gobierno la carencia de razonabilidad es tanta que no hay nada ni nadie que pueda hacerla cambiar.

Ello quiere decir que todavía faltan muchas metidas de patas que involucra al pueblo dominicano aun en contra de aquellos con los que debe haber un agradecimiento muy especial y eterno.

Qué importan las cosas que los hechos tal vez hablan mejor que las palabras, porque también debe decirse que no se sabe de qué se enorgullece el presidente Abinader cuando el país tiene una economía endeudada, con altos déficits fiscales y con una alta carestía de los artículos de la canasta básica.

De manera, que estamos ante una verdadera falsa para establecer una polémica que tiene repercusiones internacionales.

Craso error.

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Editorial

La degradación de la política en los Estados Unidos.

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Desde hace mucho tiempo que se escucha decir que los Estados Unidos han iniciado en el campo político un tránsito indetenible hacia el tercer mundo.

Ese convencimiento en muchos lugares del mundo no luce que sea solamente por la carestía del costo de vida y la predominación de empleos de mala calidad, sino, principalmente, por el aparecimiento de una figura que no respeta nada ni a nadie.

Donald Trump ha demostrado la fragilidad del sistema norteamericano con violaciones de la ley civil y penal que lo iguala a lo que ocurre allí con los llamados países del tercer mundo.

Donald Trump ha dejado claro que tiene más poder y fuerza que los instrumentos que tiene el Estado para combatir el crimen y el delito.

Sin embargo, se observa que este personaje parece haber entrado en decadencia con la entrada en escena como candidato presidencial de Kamala Harris.

Aunque, naturalmente, nadie todavía puede cantar victoria, porque Trump se mueve entre altas y bajas, pese a que políticamente se ha beneficiado más de la primera que de la segunda.

Ello así, aunque su discurso es discriminatorio, promotor de violencia y de una serie de irreverencia, pero la mas o  mayor perjudicada es la sociedad norteamericana.

Su agresividad ha sido tan radical que aparte de atacar instituciones sagradas de la vida de los Estados Unidos, ha intentado acabar o eliminar organismos de seguridad como el Buró Federal de Investigaciones (FBI), al cual ha atacado sin piedad.

Ahora se podría decir que la principal amenaza a la permanencia de Trump en la vida pública de los Estados Unidos de América sea su edad, porque de otra manera no habría forma de apartarlo de la política de esa nación.

Las elecciones de noviembre podrían ser el último eslabón de un Donald Trump que no para de ofender y de alguna manera burlarse de la sociedad que dice defender.

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Editorial

Antivalores impuestos por el Estado arropan sociedad dominicana.

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 Los perfiles de la sociedad dominicana indican desde hace muchos años que somos una nación profundamente patológica.

El estudio que sirve de base para esta afirmación y que se publica en la sección De Portada de este periódico, deja claro que la República Dominicana presenta un cuadro que requiere de un tratamiento especial.

Lo malo de esto que lo que se refleja en la investigación en referencia confirma la tesis de que el dominicano ha sido arropado por una serie de antivalores, cuyo principal promotor es el Estado.

La cuestión es que nadie confía en nadie, todo el mundo duda de los demás, es un asunto que impacta de una forma muy severa el desarrollo social, lo cual también daña lo económico.

Pero lo preocupante no es sólo conocer y analizar esa realidad, sino pensar en cómo darle solución a un problema que ha minado los cimientes ético-morales de los dominicanos.

Lo más lamentable de esta realidad es que nadie toma el asunto en serio y cuando alguien expresa su preocupación sobre lo que ocurre es considerado como un desfasado y desadaptado social.

De manera, que se trata de un problema de fondo que no se soluciona con acciones simples y sin consistencia.

La pregunta es cómo enfrentar esa cultura de “dejar hacer y dejar pasar”, cuya sociedad sobrepone lo económico por encima de cualquier valor familiar, moral o social.

Esta encuesta retrata de cuerpo entero una sociedad profundamente enferma y con tendencia a empeorar hasta poner en peligro su propia existencia.

De cada uno de los dominicanos depende que esa realidad cambie, pero para ser realista mientras el Estado no se maneje con un criterio diferente, es decir, promover valores, más que anti valores, muy difícilmente el cuadro se pueda revertir.

 Tenga toda la seguridad de que así es, hermano conciudadano.

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