El agotamiento del modelo que han impregnado en la sociedad dominicana los partidos históricamente viejos, comprometidos con el peor de los pasados, parece abrirle las puertas hacia la dirección del Estado a jóvenes sólo biológica o físicamente, pero viejos de ideas y con profundos compromisos con los intereses de sus padres y abuelos.
El fenómeno, aunque parece normal, si la sociedad no le pone atención a ese detalle, podría vernos sumergidos en las mismas inconductas de políticos partidistas que se llevan hacia la eternidad su mal accionar en contra del país y de la patria.
En estos tiempos no ha quedado dudas de que se avecinan cambios en la forma de hacer política, en ponerle fin a la cadena de complicidad que ha colocado al país en su peor destino, en lo que podría ser la más grande desgracia nacional.
El nivel de abstención permite hacer un diagnóstico de la mejoría de un enfermo que parece que no se quiere dejar morir y naturalmente nos referimos a la República Dominicana, cuyos actores de la vida política nacional lo han empujado a un precipicio que si se cae en ese vacío no lo salva nadie.
Sin embargo, las elecciones recién celebradas, tanto las municipales como las presidenciales y congresuales, han dejado el mensaje de que la gente, el ciudadano, no está dispuesto a dejar que todo se pierda, porque la abstención es una alarma de los grandes riesgos que corre la democracia y que indica que el votante no se mantendrá pasivo e indiferente.
Naturalmente, ese disgusto debe ser bien canalizado para que el remedio no sea peor que la enfermedad, por lo que se impone poner atención a una camada de políticos nuevos que tienen serios compromisos con ese pasado funesto que arrastra el país.
Hay una serie de jóvenes que más que representar el verdadero cambio que se requiere, representa sumergir la nación en el peor de los legados y ante esa realidad, en muchos casos, vale más la pena fijarse en políticos biológicamente viejos, pero jóvenes desde la perspectiva de su compromiso con el futuro a través de la ética y la moral y de ideas innovadoras que conduzcan a la República Dominicana hacia el crecimiento y el desarrollo.
Las herramientas están a la mano, pero todo va a depender que tanto compromiso se tenga con el pasado, con los políticos corruptos y degenerados, o con aquellos que a pesar de ser biológicamente viejos, son jóvenes de ideas y de proyectos que insertarían a la nación en un porvenir promisorio.
Es bueno que se entienda que el quid del asunto no descansa en escoger un joven que no tenga la menor idea del poder del Estado para la transformación nacional, pero además comprometido con un pasado que lo ata, sino ciudadanos, sin importar la edad, que rechazan ese legado y que procuran vivir más allá de la muerte.
Ojos pelaos, porque todo lo que brilla no es oro.