La República Dominicana hoy es un país que tiene sus propias particularidades, que, naturalmente, genera una realizad nacional que se fundamenta en un espejismo sobre la base de la mentira.
El arma que sirve de soporte a una cultura de vender una percepción que no tiene nada que ver con la verdad, es precisamente un trasfondo para justificar acciones que en nada ayudan a ese anhelado crecimiento y desarrollo nacionales de que tanto se habla.
Por donde quiera que la gente se mueve aparece el engaño y el fraude, ya que si se toma como ejemplo cualquier actividad nacional fácilmente se llega a la conclusión de que se trata de un mecanismo de estafa o de fraude en contra del que tiene necesariamente que trabajar duro para llevar el pan de cada día a la mesa de su familia.
El drama se observa desde los servicios públicos, como la energía eléctrica y el agua potable, cuya manipulación de facturas representa una verdadera desgracia nacional, con el agravante de que los supuestos críticos de ahora son los justificadores después de la misma conducta.
Pero el asunto, si bien tiene un impacto muy preocupante a nivel de todas las instituciones del Estado, sin excepciones, lo propio, pero con peores distorsiones, ocurre en la actividad empresarial privada, dado que si se trata de comprar gas de cocinar o gasolina para su vehículo nunca recibe lo que paga, porque siempre hay un mecanismo sutil de engaño.
Es un mal generalizado, que abarca todos los sectores de la vida nacional, en virtud de que si quiere hacer la valoración a nivel de los productos manufacturados o su venta en los supermercados los precios no sólo se aumentan por factores, que podrían tal vez parecer justificados, sino que la verdadera causa es por una vocación agiotista y de especulación que están en las mismas entrañas del que quiere hacer negocio sobre la base de la estafa al consumidor.
Es decir, que se trata de un problema general, que sólo puede tener solución a través del Estado, de políticas públicas, lo cual tampoco es posible en razón de que quienes lo manejan tienen la misma filosofía de vida y no les interesa que esas cosas cambian.
Pero tal vez lo más grave consiste en que la gente ni siquiera percibe esas distorsiones y ve como normal esas maniobras que se producen en los sectores públicos y privados del país.
Este periódico está convencido de las razones expuestas son las que generan esa vocación mafiosa que se observa en amplios segmentos de la sociedad dominicana, donde sólo importa las ganancias que se obtienen, aunque sea a través de márgenes de beneficiosas abusivos o sencillamente de fraudes y manipulaciones.
Es una cultura, que su erradicación va costar muchos sacrificios de los que buscan una sociedad diferente, donde los estándares de vida sean ajustados a una honestidad que podría ser la principal arma para lograr el tanto crecimiento y desarrollo nacionales anhelados, que representa una piedra en el zapato del que persigue un pais diferente.
El Estado, definitivamente, puede imponer valores o antivalores, pero si este propósito y vocación no es parte de la formación y agenda del funcionario público o empresario, pues será muy difícil que pueda operarse ese cambio en la conducta social.
Se impone una campaña nacional, promovida desde el Estado, para imponer y restablecer valores que se aparten del amor monetario impregnado entre los dominicanos por el neoliberalismo salvaje.