Equivocada. Injusta. Desproporcionada. Así se podría tildar la reacción en contra de la determinación del «Rey Félix» de no lanzar por Venezuela en el Clásico Mundial de Béisbol.
«Lo que hago lo hice por mi familia así si quieren seguir escribiendo tonterías háganlo pero ustedes no saben por lo que estoy pasando», salió a escribir Hernández en su cuenta de Twitter para tratar de apagar el fuego desatado.
Y es una decisión que está completamente justificada, ahora que el derecho está a punto de pactar el contrato más lucrativo de un pitcher en la historia de las Grandes Ligas. Después de todo, son los Marineros de Seattle, y no la selección venezolana, los que le pagarán unos 175 millones de dólares por los próximos siete años de su carrera.
Aquí el problema radica en la ilusión, que se ha germinado en la región beisbolera de Latinoamérica, de que el primer compromiso de un jugador profesional de Grandes Ligas es con una selección nacional.
Mariano Rivera puede ser considerado como el mejor relevista de todos los tiempos, pero en su natal Panamá siempre le echan en cara el haber declinado participar en el Clásico Mundial para darle prioridad a los Yanquis de Nueva York.
Como tal, el Clásico recién se disputa desde 2006 y la cita del próximo mes será apenas la tercera.
Hay que sincerarse para decir esto: este es un torneo que apenas despega y todavía está lejos, muy lejos, de la importancia y tradición de competencias como la Copa del Mundo de fútbol o unos Juegos Olímpicos.
También hay que dejar a un lado la ingenuidad y entender la razón de ser del Clásico Mundial: este es un proyecto concebido por Grandes Ligas para penetrar en mercados en los que el béisbol no tiene el mismo nivel de popularidad que en Norteamérica y el Caribe.
Se busca entrar en Europa, se quiere explotar otros países de Asia que no sean Japón y Corea del Sur.
Marginado del programa olímpico y con un campeonato mundial que pasa inadvertido, el Clásico es la apuesta de Grandes Ligas y la federación internacional para que el deporte cobre relevancia más allá de sus territorios asiduos.
Loable idea, pero esto toma tiempo y mucha paciencia.
El Clásico sufre cuando se la compara con la Copa Mundial de fútbol, la cita deportiva que paraliza a todo un planeta y que se disputa desde 1930.
Armar los equipos de un Clásico con jugadores de Grandes Ligas es todo un suplicio debido a las fechas en los que ha sido programado: el mes previo al inicio de la temporada regular, con peloteros que han estado fuera de actividad hasta más de tres meses.
La reticencia de los clubes de soltar jugadores que vienen de lesiones es otro impedimento.
Fíjense en el caso de Johan Santana, otro venezolano que en su momento tuvo el contrato más rico de un lanzador en las mayores. Se dice que el zurdo desea ir al Clásico, pero que su equipo —los Mets de Nueva York— prefiere que no lo haga.
Santana entra en 2013 al último año de un pacto de seis por 137,5 millones. Cobrará 25,5 millones esta temporada. Este es un pitcher que se perdió todo 2011, con un salario de 22,5 millones, tras someterse a una delicada operación en el hombro. Su campaña de 2012 fue interrumpida en agosto al padecer de diversas dolencias físicas, además de alcanzar el peor promedio de carreras limpias permitidas de su trayectoria (4.85).
Tras canjear a R.A. Dickey a Toronto, los Mets necesitan más que nunca de los servicios de un Santana sano y aprovechar el último año de su contrato.
Si se hiciera un sondeo entre fanáticos en Estados Unidos, pidiéndoles su punto de vista a que uno de los pilares de su equipo, como un Santana, se pierda la pretemporada para ir a un torneo internacional que se llama Clásico Mundial, muy seguramente recibirá una respuesta cargada de furia.
Estos jugadores fueron formados por estos clubes, que pagan sus millonarios salarios. Y estos mismos jugadores se ganaron esos salarios a punta de trabajo y sacrificios personales, al margen de ayudas de gobiernos, saliendo de la pobreza abyecta en sus países.
Antes de salir a criticar tanto a un Félix Hernández, ese esfuerzo estaría mejor invertido en ayudar a los tantos muchachos que regresan a sus países tras no lograr conseguir el sueño de jugar en Grandes Ligas y quedan tirados a su suerte.