Estados Unidos, el país orgulloso de haber nacido de una revuelta contra la aristocracia -no tanto contra las élites-, es también el reino de los grandes clanes políticos, de los Adams, los Harrison, los Roosevelt, los Kennedy, los Bush, los Clinton… A falta de monarcas, rinden culto a sus presidentes, y sus ceremonias de poder, como las tomas de posesión, se celebran bajo una pompa cercana a la realeza. Este 2016 fue el año de maldecir todo esto, las elecciones del enfado contra las élites. Pero la rebelión antiestablishment, en su versión americana, nada en contradicciones: el gobernante elegido es el más rico que ha pasado jamás por la Casa Blanca y le han sobrado los primeros 100 días para crear toda una nueva estirpe de poder: los Trump, fotografiados sobre sillas doradas; bajando de su propio avión; rodeando al padre; los Trump, una dinastía imperial.
Camelot es la metáfora de un reino de cuento con el que se identificaba el mito kennediano. En su versión trumpiana, cambia los veleros por el golf; la casa de Hyannis Port, en la costa de Nueva Inglaterra, por la mansión de Mar-a-Lago en Florida; y el protagonismo de la primera dama, Jackie, por el de la primera hija.
Donald Trump prometió gobernar el país como quien gobierna una gran empresa, sin llegar a concretar si se trataría de una familiar. A primeros de enero nombró a su yerno, Jared Kushner, de 36 años, asesor principal. El marido de Ivanka, hijo de un promotor multimillonario de Nueva Jersey, es un empresario precoz. Sin experiencia política, lo primero que su suegro le encomendó fue mediar en el conflicto israelí y su poder ha ido creciendo. Y su primogénita -hija de su primera esposa, Ivana, y su ojito derecho- participó desde el principio en reuniones con líderes internacionales sin más papel oficial que el de ser hija del presidente, aunque acabó dándole un cargo formal: consejera del presidente.
Ambos nombramientos sortearon la ley contra el nepotismo gracias a que no cobran. Mientras, los dos hijos varones mayores de Trump, Donald y Eric, también hijos del primer matrimonio, asumieron la gestión del imperio empresarial de la familia, pese a que el presidente se había comprometido a dejarlo en manos de terceros para evitar conflictos de intereses.
“Existe esa lógica de ‘confío en mi pariente más que un extraño’, pero el problema del nepotismo, tanto en una empresa como en el Gobierno, es si supone contratar a familiares frente a personas más cualificadas. No es malo si son los más preparados, pero Jared e Ivanka claramente no están cualificados en términos de experiencia”, reflexiona Ronald Riggio, profesor de la Universidad de Claremont, que ha investigado ética y gobernanza.
Los Trump nacieron ya famosos, así que hay una parte poco nueva para ellos. “El nepotismo es una parte de la vida”, dijo con frescura Eric, el pasado febrero, cuando le preguntaron por este tipo de cuestiones en una entrevistas en Forbes. Pero tanto él como Donald han visto multiplicada su presencia en los medios de comunicación y a menudo publican fotos familiares en las redes sociales que ahora ve todo el mundo.
Quien destacaentre su prole, no obstante, es Ivanka. No hay muchos precedentes de hijas que hayan ejercido un papel tan protagónico, sobre todo habiendo una primera dama (Martha Randolph Jefferson se mudó con su padre porque estaba viudo cuando juró el cargo). Pero en la familia Trump, Melania ocupa un discretísimo segundo plano. La exmodelo eslovena,tercera esposa de Trump y 24 años más joven, se ha prodigado en pocos actos públicos más allá de los posados. Sigue instalada en Nueva York, mientras el hijo del matrimonio, Barron, de 11 años, acaba el curso escolar. Tiffany, veinteañera, hija del segundo matrimonio, es la menos conocida del clan.
El papel preponderante de Ivanka despierta otros recelos éticos, más allá de la endogamia: el mismo día que cenaba con el presidente Xi Jinping, China le aprobaba varias licencias comerciales a su marca de joyas.
El debate sobre familia y Gobierno no es nuevo en Estados Unidos, como recuerda Robert Jones, de la Universidad de Misuri, ya que “la propia figura de la primera dama es muy singular” y puede resultar polémica si resulta demasiado ejecutiva. Hillary Clinton provocó un conflicto al tratar de liderar una reforma sanitaria durante la preside de su marido, Bill. Años después comenzó su carrera como senadora y luego como candidata presidencial.
Puede haber más Trump en la política en el futuro. Hace unas semanas se especuló con que Donald Trump hijo podría entrar en la campaña para ser el próximo gobernador de Nueva York. “No me presentaré en 2018”, dijo, dejando abiertas otras posibilidades. Los Trump le han tomado gusto al poder.
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