La República Dominicana ha salido nueva vez prácticamente ilesa de los embates del huracán María, cuyos vientos devastaron a Puerto Rico y a otras islas de las Antillas Menores.
Primero fue Irma y ahora María, dos huracanes con muy poca piedad con los lugares donde han impactado.
Es como si ambas no tuvieran instintos maternales, cuya condición lleva a todas los que la tienen a tener mucha compasión con sus víctimas.
Estos fenómenos naturales con nombres de mujeres han dado muy duro a gente que no tiene mucho de que agarrarse y en consecuencia han distribuido muertes, luto y dolor por donde quiera que han pasado y han dejado sus rastros.
Sin embargo, la República Dominicana vuelve a salir ilesa para contarla, mientras otros países no pueden narrar la misma historia, porque no han sido favorecidos con la misma compasión de unos huracanes que no ha tenido piedad, nisiquiera con los más pobres.
La República Dominicana puede exhibir una suerte o una protección divina que no pueden narrar otros.
Se trata como si un ser omnisapiente y omnipotente moviera del camino de los peligros a la gente de estas tierras.
Pero es una historia que se repite, porque mientras otros no pueden decir lo mismo, ya que han sido golpeados con tal dureza por una serie de fenómenos naturales, como muy bien han sido huracanes y terremotos, así como por intensos aguaceros que han degenerado grandes inundaciones acompañadas de deslaves con secuelas de daños y muertes.
Mientras los terremotos continúan su aparición cíclica en los lugares con serias fallas tectónicas, en la República Dominicana cuando llega el momento de la ocurrencia los fenómenos naturales se desvanecen y es como si la naturaleza tuviera un gran agradecimiento con los dominicanos, tal vez por su combinación de alegría y sufrimiento.
Lo cierto es que los fenómenos naturales vienen y se van y el país queda golpeado, pero no mal herido, porque es como si la fuerza divina lo moviera del epicentro de los terremotos o del ojo de los huracanes para que sólo los vea pasar, pese a que el poder de los mismos siempre deja algunos rasguños.
Con María se ha repetido la misma historia de Irma y los dominicanos podrían atribuirse un poder divino para sufrir los sustos a consecuencia de los fenómenos naturales, que cuando dan lo hacen tan duro que cualquiera no queda para contarla.
Demos gracias al Todopoderoso por apartarnos del peligro de los fuertes vientos de los huracanes y de las sacudidas de los temblores de los terremotos, cuyos daños casi siempre perduran por años, sobre todo entre los más pobres, hasta que regresa otro.
Ileso otra vez, señores de las tierras de la capital de la alegría y de la sonrisa del alma:
República Dominicana.