Periodismo Interpretativo

Acaso estemos retornando a los días de la inquisición

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Queda flotando como un ave rara en los augustos ambientes de la fe más de una interrogante candente relacionada con la filtración de las interioridades vaticanas que encontraron culpable.

Se supone que, de acuerdo a documentación fidedigna, (es decir, digna de fe) ha habido por años escenas y más que escenas, concreciones de intrigas dignas del misterio y el espionaje novelesco, corriendo como río cauteloso entre las sobrias columnas de la Casa de Pedro.

Pero aquello no se podía medir ni mencionar ni señalar porque desde el primer momento y como un torpedo que se niega a estallar, quedó en el ámbito del top secret, bien resguardado por la cabeza visible de la iglesia en papeles que no podían ser tocados.

Un hombre de la confianza máxima del pasado pontífice, que no quiso traicionar su conciencia, se sintió impulsado a develar aquél estado de cosas perturbador.

Su jefe se sintió traicionado no por lo que relatan los hechos sino por aquél que los dio a la ventilación pública y contradictoria.

¿No es paradójico que no suceda nada, que no haya, aparentemente y por lo que se ve, sanciones respecto a lo que contienen de intolerable los relatos y en cambio sí le suceda, en el ámbito de la justicia, a aquél que se atrevió valientemente a revelarlos?

¿No pidió aquél profeta en torno al cual oscila medularmente la fe de una religión, en este caso la católica, que aquello de turbio y oscuro que sucediera en las habitaciones ¿incluidas las papales? se gritara al mundo desde las mismas azoteas?

¿Y cómo es entonces que se castiga a los que se atreven a revelar verdades de peso y no a quienes cometen en sí y desde sí los hechos evidenciados?

¿No estamos acaso ante una actitud inquisitorial de nuevo cuño? O es que aquello es de tan grandes ligar que es mejor dejarlo así y cerrar las ventanas y olvidémonos del mundo?

Los votos de silencio son habituales en la iglesia.

No menos sacra e imperturbable es la obediencia al poder jerárquico, que jamás entra en discusión.

 ¿Qué es peor que haya males no combatidos o entregados al silencio o que alguien revele la naturaleza de ese mal?

¿Cuándo entonces se iban a conocer estos fermentos, acaso cuando transcurrieran los milenios y ya se hayan enfriando completamente las pasiones y las disquisiciones respecto a sus alcances y daños?

¿Cuándo debe, entonces, decirse la verdad?

No es el vocablo vaticano raíz y nombre aquél lugar en que Roma formulaba los vaticinios?

¿Qué puede vaticinar la ocultación de hechos que acaso deberían ser conocidos y que muestran a la fe convertida en un torbellino de pasiones y fiebre de posesiones que es lo que caracteriza casi siempre la intriga del poder.

¿Cuándo sea ya materia de la historia y por tanto inocua e inofensiva?

O hay que preguntar como Pilatos a Jesús en medio de la multitud y en un juicio insólito a un inocente ¿“qué es la verdad?”

Cuidado, en vista de que hay otros escándalos no pequeños, relacionados con violaciones de niños, con los signos de de decadencia.

UN APUNTE

El mayordomo del papa fue condenado a 18 años de cárcel por hacer Lo que la ley, pero no su conciencia,  le desautorizaba.

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