Balaguer en los gestos políticos

Hay un Balaguer post morten que se niega a cederle sus piezas de ajedrez a la ausencia inevitable del  juego político que él  convertía en maniobras de silencio estratégico.

 Ese Balaguer-memoria es ahora, secretamente, como el libro rojo de Mao que si no servía para curar el cáncer, en caso de negarlo tú a cierta gente, servía al menos para que, por si las dudas, te acusaran de revisionista.

  Ese Balaguer “pragmático” que cantaba bingo con cartones prestados o propios asoma de vez en cuando sus ojos cansados en cada gesto puntual de la posteridad política.

 Más de un político lo refleja en sus gestos ahora abiertamente y entonces, inéditos.

 La muerte, cuyo otro nombre es ausencia, tiene la virtud de cambiar la imagen atroz  incluso de la gente más fiera e impredecible.

 Precisamente, esa impredecibilidad que, finalmente, jugaba su papel fundante de la personalidad de Balaguer, es lo que ahora admiran en secreto algunos que lo tienen de referente inmediato.

 Hay un Balaguer agazapado en la conciencia nostálgica hasta de cierta izquierda que invoca hoy  su paciencia antes del ataque.

 O su modo crucial de crearse los conflictos y a continuación resolverlos de un modo particularmente fértil a sus proyectos.

 Parece que no había día en que no se inventara alguna modalidad de choque con sus enemigos, los acérrimos y los otros.

 Los casi inofensivos y los rompientes, los falsos y los Belladuermiente que simulaban un odio de teatro de comedias.

 Era un maestro, dicen, de lo siniestro, entendido como  hijo por entero de lo misterioso.

 Sorprende que  alguna izquierda que combatía a muerte al hombre que Peña Gómez llamó el caudillo de Navarrete hoy lo exalte como abanderado de las estrategias fulminantes que lo mantuvieron en el poder hasta que quiso. O casi.

 Ahora se puede ser balaguerista de afuera, de ese Balaguer abstracto que el hecho cierto de que ya no podrá ser nunca más lo que era. lo convierte en un gurú inofensivo y útil,  actual y decantado, inimitable y necesario, negociador y rompiente, oscuro y transparente, impulsivo y sereno, solitario y rodeado de fanáticos. Ese Balaguer-y los otros- no vuelven.