EFE
WASHINGTON. El entonces vicepresidente de EE.UU. Joseph Biden estaba a punto de anunciar su candidatura para las primarias del Partido Demócrata cuando un hombre, surgido de la multitud, llamó su atención para decirle que había luchado en Irak con su hijo Beau, recién fallecido de cáncer.
“¡Comandante Beau Biden, señor! ¡Irak, señor! ¡Estuve con él, señor! ¡Un buen soldado, señor! ¡Un buen hombre!”, gritó.
A Biden se le hizo un nudo en la garganta, se le paró la respiración y se le quebró la voz. Tenía miedo de romper a llorar allí mismo, creía que la audiencia, un grupo de familias militares de Aurora (Colorado), también sabía que estaba a punto de derrumbarse, así que saludó y, deprisa, se metió en el coche.
“Esa no era la forma en la que un candidato presidencial debe comportarse en público”, valora ahora Biden.
Sus palabras, y esa escena, aparecen en el libro “Promise Me, Dad: A Year of Hope, Hardship and Purpose”, publicado este mes y en el que Biden habla de la muerte a los 46 años de su hijo Beau por un tumor cerebral, así como de su decisión de no competir contra Hillary Clinton en las primarias demócratas.
No obstante, Biden, de 75 años, deja abierta la puerta a la nominación presidencial demócrata en 2020, por la que ya luchó sin éxito en 1988 y 2008.
“La respuesta es no. No tengo planes para presentarme en 2020 (…) Lo que la gente quiere que diga es que no, que bajo ninguna circunstancia voy a presentarme. Decir eso sería una tontería, no sé qué va a pasar dentro de dos años”, dijo Biden este mes a la radio pública NPR en una serie de entrevistas para promocionar su libro.
Fueron sus hijos, Hunter, y especialmente Beau, los que le pidieron a su padre que diera un paso adelante y optara a la Casa Blanca: le sobraba experiencia en política exterior, entendía las preocupaciones de la clase media y, sobre todo, era capaz de hablar desde el corazón.
La idea de una campaña presidencial se convirtió, según narra Biden, en el nuevo objetivo de su familia, en una nueva aspiración por la que luchar y ante la que permanecer unidos.
Biden quería que su hijo Beau, fiscal general de Delaware entre 2007 y 2015, optara a la gobernación de ese estado para luego un día llegar a la Casa Blanca.
“Los habitantes de Delaware veían en él lo que yo: Beau Biden, a los 45 años, era Joe Biden 2.0”, cuenta el vicepresidente con enorme admiración por su hijo.
Pero a Beau le diagnosticaron un cáncer en el verano de 2013 y la familia intentó todo tipo de tratamientos. Murió el 30 de mayo de 2015 en un hospital militar de Maryland, a las afueras de Washington.
“No va a recuperarse”, dijeron los médicos. Esas fueron las cuatro palabras “más devastadoras” que Biden ha escuchado en toda su vida y, sin embargo, el vicepresidente mantenía encendida la esperanza, pensando que quizás las cosas saldrían mejor de lo que, al final, lo hicieron.
Biden no es ajeno a la tragedia. Perdió a su primera esposa, Neilia Hunter, y a su hija de un año, Naomi, en un accidente de tráfico en la Navidad de 1972.
Él sabía que la pena “es un proceso que no respeta horarios” y no entiende de primarias, debates o candidaturas presidenciales.
“Estaría listo cuando estuviera listo, si alguna vez estaba listo y no antes. No tenía ni idea de cuándo eso podría suceder”, escribe Biden.
Tardó meses en tomar una decisión y, en varias ocasiones, el entonces presidente Barack Obama le preguntó sobre sus intenciones y llegó a expresar preocupación sobre la posibilidad de que las primarias acabaran dividiendo a los demócratas para favorecer el triunfo de un republicano, como finalmente sucedió.
“Si pudiera nombrar a alguien para ser mi presidente durante los próximos ocho años, sería a ti, Joe”, llegó a decir Obama.
Acompañado por Obama y por su esposa, Jill, Biden anunció el 21 de octubre de 2015 que no buscaría la candidatura presidencial.
“Supe que había tomado la decisión correcta cuando entré en la Rosaleda de la Casa Blanca con Jill a un lado y con Barack al otro lado para explicar que no podía hacer el compromiso necesario que se necesita para competir en unas elecciones. El tiempo se había agotado”, rememora.
Biden mira ahora hacia el futuro. Divide su tiempo entre la enseñanza universitaria y una fundación con su nombre, creada para la lucha contra el cáncer, la prevención de agresiones sexuales, el apoyo a las familias de los militares y la promoción de la educación.
Dice, no obstante, que aún siente el “deber” de hacer a EE.UU. y al mundo un lugar mejor y que ese sentimiento, tan ligado a su identidad, le da esperanza y sentido a su vida.
Quién sabe si el deber volverá a llamar a la puerta en 2020.
Por: Beatriz Pascual Macías