Las puertas de la Capilla Sixtina fueron cerradas bajo llave y con la frase «extra omnes» (todos fuera). Sólo 115 cardenales quedaron en su interior para decidir en absoluto secreto el nombre del papa que guiará la Iglesia Católica en uno de los momentos más complicados de su historia.
Se esperaba que sobre las 1900 GMT se produzca una primera votación, cuyo resultado se conocerá a través de la chimenea de dos metros que corona la capilla. Cada cardenal sostendrá una papeleta doblada en alto, se acercará al altar y colocará su voto en un platillo antes de volcarlo en una urna oval mientras pronuncia la frase: «Llamo como mi testigo a Cristo Señor, quien será juez de que mi voto será para la persona que, delante de Dios, creo que debe ser elegida».
Si el humo es negro, significará que no hay papa. El humo blanco anunciaría que la Iglesia eligió el pontífice número 266 de la historia. Su nombre sería dado a conocer al mundo en el balcón de la basílica de San Pedro tras la famosa frase en latín «Habemus papam» (Tenemos papa).
Aunque pocos confían en que algún cardenal alcance los 77 votos necesarios en primera ronda, la llamada sala de lágrimas de la Capilla Sixtina a la que entran los papas nada más ser elegidos está preparada con la clásica vestimenta papal blanca en tres tallas diferentes.
El segundo cónclave del siglo XXI comenzó siguiendo el rito previsto paso a paso. Primero, se celebró una misa en el interior de la basílica de San Pedro, presidida por el decano del colegio cardenalicio, Angelo Sodano. Horas más tarde, los cardenales iniciaron una lenta procesión hacia la Capilla Sixtina. En su camino, entonaron la Letanía de los Santos, un canto gregoriano en el que imploran ayuda a los santos para orientar su voto.
Antes de que Guido Marini, responsable de Celebraciones Litúrgicas Pontificias, cerrase desde dentro las puertas, custodiadas por la Guardia Suiza, el Vaticano mostró a través de una señal de televisión cómo los cardenales, uno por uno, prestaban juramento en latín con la mano sobre los Evangelios para guardar secreto sobre el encuentro y tomaban asiento en el interior de la capilla, mundialmente famosa por los frescos de Miguel Angel.
En su homilía de la mañana, Sodano llamó a la unidad dentro de la Iglesia. «Cada uno de nosotros está llamado a cooperar con el sucesor de Pedro, el fundamento visible de la unidad eclesial», dijo.
Además, fue interrumpido por aplausos cuando tuvo palabras de recuerdo para Benedicto XVI. Los fuertes aguaceros que están descargando sobre Roma estos días apenas dejaron ver un centenar de fieles, que se acercaron a la plaza de San Pedro para seguir la misa en cuatro pantallas gigantes.
«Esperamos que haya coherencia en este momento de dificultades para la Iglesia», explicó Verónica Herrera, de 40 años, una mexicana de Querétaro, quien viajó a Roma junto a su esposo y su hija a seguir el cónclave. «Siento mucha emoción».
Pero no todo era fervor religioso.
Un grupo de mujeres que se autodenominan sacerdotes hicieron señales de humo rosa desde un balcón cercano a la basílica, en un gesto con el que pretenden reclamar la ordenación de mujeres en la Iglesia.
Además, el ex jugador de básquetbol Dennis Rodman anunció que el miércoles piensa visitar Roma en lo que dice ser la imitación de un papamóvil para reclamar que el cardenal Peter Turkson de Ghana se convierta en el primer papa negro de la historia.
No está claro que las excepcionales medidas de seguridad que rodean la plaza permitan ver el espectáculo que prepara Rodman. Lo que es seguro es que ninguno de los cardenales tendrá noticias de ello. Las reglas del cónclave no sólo exigen secreto, sino que también obligan a cortar cualquier lazo con el mundo exterior: ni prensa, ni teléfonos ni por supuesto redes sociales.
La renuncia de Benedicto XVI, la primera de un papa en 600 años, parece haber sacudido los cimientos de la Iglesia. Y no parece existir un consenso claro entre los cardenales sobre si el futuro pontífice debe ser un gestor que ponga orden en el Vaticano o un pastor carismático capaz de inspirar a los fieles en tiempos de crisis.
Durante más de una semana, las congregaciones de cardenales evaluaron a puerta cerrada la situación de la Iglesia, con el objetivo de hacerse una idea bien formada del perfil que necesita el nuevo papa. Pero los debates terminaron entre dudas y cuestiones sin resolver.
Las finanzas de la Santa Sede, y en particular de la banca vaticana, han quedado en entredicho por supuestas acusaciones de corrupción.
Este asunto, unido al famoso caso Vatileaks, el informe redactado por tres cardenales sobre la fuga de documentos confidenciales de Benedicto XVI, ha marcado las reuniones previas al cónclave.
La sensación expresada en público por muchos es que la elección no es sencilla.
«No existen agrupaciones, ni compromisos, ni alianzas, sino que cada uno con su conciencia, votará por la persona que cree que será la más indicada, por lo cual no pienso que se resolverá rápidamente», aseguró el lunes el cardenal chileno Francisco Javier Errázuriz a The Associated Press.
No existe un favorito claro para un cargo que muchos cardenales dicen no querer, pero circula una lista de candidatos a ocupar la silla de Pedro y dirigir espiritualmente a los 1.200 millones de fieles que profesan la religión católica.
Uno de ellos es latinoamericano.
El brasileño Odilo Scherer parece contar con el favor de la curia vaticana y es sabedor de su burocracia. El arzobispo de Sao Paulo conoce las finanzas de la Santa Sede y forma parte de la comisión rectora del banco Vaticano.
Por otro lado, suena con fuerza el italiano Angelo Scola, arzobispo de Milán, la diócesis más importante de Italia, Scola tiene fama de buen gestor tanto en Milán como antes en Venecia.
De carácter afable, es considerado un candidato atractivo para acometer la reforma interna de la Iglesia, especialmente expuesta a casos de corrupción y batallas como las filtraciones de Vatileaks.
Como líderes pastorales, se barajan los nombres de dos estadounidenses: el cardenal Timothy Dolan de Nueva York y Sean O’Malley de Boston. O’Malley usa Twitter habitualmente. Es un hispanófilo confeso, doctor en literatura española y portuguesa, que tuvo que afrontar a su llegada a Boston los casos de abusos a menores por parte de sacerdotes.
Una de sus decisiones más conocidas fue poner a la venta el Palacio Episcopal de la ciudad para indemnizar a las víctimas.
Dice el aforismo vaticano que el que entra como papa al cónclave sale cardenal. Aunque no siempre ha sido así. Joseph Ratzinger, después Benedicto XVI, llegó como gran papable al cónclave del 2005 tras la muerte de Juan Pablo II y salió elegido.