Gwyneth Montenegro.
Su nombre es Gwyneth Montenegro, es una acompañante remunerada, es decir, una mujer a la que un cliente paga por acudir con él a reuniones, fiestas y otro tipo de salidas, y ella dice que 10 mil es el número de hombres con el que se ha acostado a lo largo de su vida.
Así lo asevera en su libro de memorias, 10.000 Men and Counting (algo así como “10.000 hombres y contando”, aunque como ella reconoce, el número asciende a los 10.091). Pero, a pesar de su título, no se trata de un libro en el que la autora se enorgullezca de su pasada dedicación, sino todo lo contrario: es un ensayo con moraleja, en el que Montenegro –un pseudónimo con el que su autora oculta su verdadero apellido– intenta disuadir a las jóvenes de seguir sus pasos.
“Quiero que aquellas que vayan a entrar en este mundo piensen realmente sobre ello, porque una vez estás dentro, es tu vida”, explicaba en una entrevista publicada en The Daily Mail.
“Lo importante para mí es que si puedo cambiar la opinión de una de esas personas habré hecho algo bueno y significaría mucho para mí”. Sin embargo, Montenegro, que ahora tiene 36 años, pasó más de una década en una industria que, al contrario del testimonio que otras trabajadoras del sexo como Asa Akira han dado, no tiene nada de glamurosa.
La inseguridad fue la causa. Montenegro sugiere que fue su baja autoestima y un desgraciado episodio en su adolescencia, junto a “una pasión desmedida por el dinero”, lo que finalmente provocó que se dedicase a la prostitución.
Criada en el seno de una familia cristiana de la ciudad australiana de Melbourne, la joven siempre deseó llegar virgen al matrimonio hasta que una noche de fiesta fue violada por un grupo de asaltantes, algo devastador para la joven.
“Me acosaron indiscriminadamente cuando era niña”, ha explicado Montenegro. “Desarrollé un gran odio hacia el colegio y estudiar me repugnaba. Algo que, inevitablemente, me puso en el camino por el cual mi vida terminaría desarrollándose”.
A los 19 años encontró un trabajo como bailarina y en su primera noche consiguió ganar ya 1.000 dólares completamente ebria, lo que le hizo pensar que era realmente buena en ello. Apenas un par de años después, Montenegro ya se dedicaba profesionalmente a ser escort, algo que dio un fuerte espaldarazo a su autoestima. “Por primera vez, me hizo conectar con los demás, con las otras chicas, y me hizo florecer”, explica. “Era como una familia. Era la parte buena del asunto”.
Sin embargo, no todo era (mucho) dinero y grandes lujos. Poco a poco, y aunque reconoce no haber tenido ninguna experiencia trágica, comenzó a tomar cocaína, animada por uno de sus clientes más opulentos. “Era material de primera. Pensé ‘esto es realmente bueno’. Terminé tomando cocaína y speed durante ocho meses. Era una forma de vida de cocaína, speed y champán francés”.
La mayor parte de sus clientes eran adinerados hombres de negocios, pertenecientes a la élite y que reclamaban sus servicios no sólo desde Australia, sino también desde otros rincones del mundo. Muchos de ellos eran caras conocidas, y algunos de ellos eran músicos célebres, abogados o incluso políticos, capaces de costear los miles de euros que costaban los servicios de Montenegro. En el mejor momento de su carrera, podía llegar a cobrar entre 500 y 1.000 dólares a la hora.
“El dinero fue la principal razón por la que me quedé tanto tiempo”, reconoce. “Ganaba miles de dólares a la semana. El dinero era como una droga. Me permitía viajar por todo el mundo”. Aun así, sus padres no sabían nada de lo que hacía y seguían pensando que sacaba sus ingresos de su empleo como modelo, trabajo que ya había desempeñado con anterioridad. “Fui capaz de ocultar mis ingresos (las ropas nuevas y los coches nuevos) a partir del trabajo de modelaje que hice, pero era un secreto que me estaba matando en el interior”.
Final ¿feliz? Todo cambió cuando sufrió un casi fatal accidente de tráfico a los 24 años de edad, del que escapó milagrosamente sin apenas secuelas más allá de algunos moratones o dolor de cuello.
Durante la convalecencia del accidente, finalmente confesó a sus padres su auténtica dedicación y, finalmente, decidió que era el momento de cambiar su forma de vida. Aunque todavía tardaría cierto tiempo en dejar su trabajo, el apoyo de sus padres sería esencial para decir adiós a los cientos de alias que había acumulado durante su carrera como escort, y entre los que se encontraba el nombre de Angelina.
De ninguna manera soy una víctima, soy responsable de mis decisiones vitales, tanto buenas como malas
EL HOY.