Toda muerte brutal o pacífica es lamentable.
Y es más lamentable cuando ocurre en circunstancias horribles.
Todo acto violento contiene el germen de la destrucción de seres que merecen vivir, como todo lo que vive lo merece.
Nadie tiene derecho a disponer de la vida de otra persona.
Ahora quienes dialogan con los niños y jóvenes, en un lenguaje a veces terrible, son medios como la televisión y el Internet.
Los padres han perdido el control del hogar.
Esa es una verdad que no siempre se admite sin dolor.
La muerte, lograda con saña y desprecio, del joven José Carlos Hernández configura la probable inmersión de un muchacho pleno de vida, como muchos otros, en una espiral de odio, violencia y destrucción de la convivencia social que vive hoy el pueblo dominicano.
Algunos jóvenes pertenecen incluso a sectas de dudosa procedencia aunque hay asimismo presuntos cristianos que no son mejores que los sectarios y otros son incluso peores. Hay que consignar como una verdad, asimismo, que nadie, como dijera su tío Tito Hernández, debe ser juzgado por su forma de vestir.
(Comunicadores parapoliciales dieron una descripción del joven asesinado que irrespeta su muerte e intenta asociarlo de manera aberrante, a las consecuencias de este crimen cuando en realidad él no es más que una víctima).
La sociedad dominicana vive una nebulosa convulsión moral, política y social como no la había visto en toda su historia.
Crímenes, drogas, atracos, violaciones tienen como efecto común la ausencia del comportamiento ético de su liderazgo y de una formación sólida en los hogares, la desigualdad económica, la influencia cultural de las potencias ya decadentes, entre otros factores.
No hay remedios a corto plazo para estos males que se profundizan en todo el país.
No hay un remedio de amplio espectro para mejorar una situación generalizada.
Sin embargo, hay que dar los primeros pasos hacia esa meta que es de vida o muerte para esta sociedad atribulada por tantos males cual de ellos más peligroso.
Hay que comenzar a dar el ejemplo y ejercer un mayor control de los jóvenes sin mermar sus derechos como seres humanos, como ciudadanos y cono seres pensantes.
Ellos son víctimas de esta espiral violenta, confusa, sórdida que viven muchos dominicanos en esta etapa histórica.