Opinión
Cuando solo queda una rosa
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Por Miguel Guerrero
Recuerdo el fuerte incendio que devastó una aldea portuguesa, con elevado saldo de víctimas y pérdidas materiales a mediados de junio de 2017. Los organismos de auxilio y la prensa de la nación ibérica, lo describieron como una de las peores tragedias. El martes 20, la desolación provocada por el siniestro inspiró un conmovedor relato periodístico de Javier Martín, que el diario español El País resumió en su portada ese día de la manera siguiente:
“Hace dos días que en Nodeirinho, en el centro de Portugal, no amanece como de costumbre. Su cielo se ha vuelto grisáceo, pero lo peor es el silencio. No hay nadie, no hay nada. El sábado eran 50 vecinos, ahora son 11 menos. La aldea huele a humo y muerte. No quedan ni los supervivientes. Puertas cerradas, coches calcinados y ni un animal callejero. El sábado, el infierno en forma de bolas de fuego llegó aquí y aquí se quedó. El único rastro de vida es una rosa colgada de la puerta de un coche quemado. Dentro iban una abuela, la hija y su nieta. Pensaron que era mejor huir en el coche que quedarse en casa. Esa rosa es lo único que sobrevivió”.