Opinión
De geopolítica a la lucha por mercados
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Por Nelson Encarnación
La denominada guerra fría que caracterizó el enfrentamiento de las dos superpotencias, aliadas frente a Hitler, pero rivales a muerte después del conflicto, se prolongó hasta la caída del bloque soviético, a partir de lo cual parecía llegado el momento de una larga época de tranquilidad global.
Es una realidad si tomamos en cuenta que entre el fin de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el comienzo de la segunda (1939) solo transcurrieron 21 años, es decir, apenas el tiempo que le toma a un niño convertirse en un joven en edad productiva.
Se ha debido a que, con algunas excepciones, el mundo ha estado dirigido por líderes responsables que no están prestos a apretar el botón nuclear por cualquier desavenencia pasajera y que se puede resolver mediante el diálogo y la concertación.
Sin embargo, el mundo se debate ahora en la incertidumbre de una guerra comercial protagonizada por la superpotencia de siempre, Estados Unidos, y la emergente China, cuya agenda se encamina a la conquista de mercados en todo el globo para expansionar su economía y colocar sus productos, para lo cual no parece ceder ante ningún obstáculo.
Los chinos tienen bien claro que su lucha no es por ganar aliados ideológicos ni mucho menos militares ni anexarse territorios ni tumbar Gobiernos no afines. Su reino es el comercio y su batalla es para apoderarse de los mayores nichos posibles.
En esta tabla entra nuestro país, cuyas relaciones con la potencia emergente apenas empezó a caminar, entrando ahora en un terreno arenoso con la posición del Gobierno de vedarle la inversión donde probablemente los chinos tenían mayor interés dada la dimensión de esas áreas en términos de potencial económico.
La justificación del Gobierno se basa en la necesidad de fortalecer las relaciones diversas con los Estados Unidos, una posición que es entendible desde la geopolítica. Sin embargo, plantea una situación que podemos graficar como una cebra que se atraviesa entre dos elefantes en pelea, cuyo destino queda sellado.