De portada
El caso Roberto Fulcar es un buen ejemplo para que el que ocupa un cargo público entienda que el mismo es transitorio.
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Por Elba García
Fulcar se desempeñó como ministro de Educación, de cuyo cargo fue destituido por el presidente Luis Abinader por la supuesta comisión de una serie de irregularidades que han lesionado su imagen pública.
Fue tan indignante la actitud de este funcionario que no le tomaba llamadas a nadie y mucho menos las devolvía e incluso a gente que trabajó con él durante la campana electoral, lo cual indicaba que el carguito lo volvió loco.
Ahora su hermano, vocero de los diputados perremeistas, habla hasta de dignidad cuando su hermano jugó mucho con la de sus propios compañeros.
No es que este periódico quiera hacer leña del árbol caído, sino que la situación de Fulcar deja una enseñanza que consiste que cuando una persona va a una posición pública no puede creerse que la misma es de su propiedad, que se la dejaron sus abuelos.
El caso Fulcar no es exclusivo en el Gobierno del Partido Revolucionario Moderno (PRM), sino que se trata de un comportamiento general, porque los dirigentes de esta organización son expertos en maltratar a sus propios amigos y aliados.
El caso Fulcar es tan dramático que a pesar de que no ha sido condenado por corrupción en Educación, pero ya las instancias correspondientes del Ministerio Público están apoderadas de un expediente que deja mucho que desear.
Lo ocurrido con este personaje no es nada que se pueda decir que se lo provocó otro, sino él mismo por creerse un ser intocable y que estaba por encima del bien y del mal.
Lo que se sabe hasta ahora es que Fulcar se someterá a una intervención quirúrgica en los Estados Unidos por padecer úlceras en los intestinos, pero ello le puede ocurrir a cualquier persona, no así su situación política y podría decirse hasta moral por su mal manejo en el ministerio de Educación.