Opinión

El Estado parcela

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Por Andrés L. Mateo

Mirando la turba de abogados leonelistas que fue a intimidar a la fiscal, volví a pensar en el Estado- parcela. Todas las acepciones de la palabra “parcela” llevan a la fragmentación. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua la fija como proveniente del francés “parcelle” y a éste del latín “particella”, pero en todos los casos es siempre “una porción pequeña de terreno que se ha apropiado, comprado, o adjudicado”, o bien “cada una de las tierras de distinto dueño que constituyen un pago o término”, y también, “parte pequeña de alguna cosa”.

Un ejemplo de Estado parcelado es el de la Edad Media, porque la no existencia de un mercado interno, la ausencia de instituciones jurídicas unificadoras, el predominio absoluto de los señores de la nobleza, la atomización territorial (marquesados, condesados, iglesia, siervos de la gleba, etc.), dibujaban una fragmentación característica de la interactuación social. El Estado-Nación es una categoría histórica, apareció con el triunfo de la burguesía, y todas sus variables integran la concepción unitaria del poder social, que se delega a través de la representación.

Quienes han estudiado la historia del pensamiento dominicano saben que las angustias existenciales de los intelectuales pesimistas del siglo XIX, se fundaban en esa imposibilidad traumática de constituir el Estado-Nación. El continuismo, el caudillismo, el afán desmedido de poder, y la concepción patrimonial del Estado; hicieron que la aventura espiritual de erigir la nación se convirtiera en un escenario de incertidumbres y frustraciones. ¿Hemos superado el Estado parcela que nos viene desde el generalato de la manigua, pasando por la larga tradición autoritaria que agobia la historia nacional?

Cuando la primera reelección de Leonel Fernández, en un espectáculo propio de la ostentación de su estilo, él proclamó que su reelección había remontado el malestar institucional del continuismo. Sólo que esa reelección subió al poder con el apoyo de 436 movimientos y 12 partidos, y el Estado parcela sustituyó la necesaria institucionalidad que demanda este país. Todo el mundo exigió su “particella”, y, descoyuntado, el Estado-Nación fue saqueado en beneficio de los administradores del “parcelle” que el príncipe designó. Son abundantes los ejemplos, lo que ocurrió en el INDHRI, con Héctor Rodríguez Pimentel, y en la Lotería, con José Francisco Peña Guaba, así como los cientos de escándalos de corrupción; fueron la reafirmación de que el continuismo es la causa fundamental de la desintitucionalización del país. Lo que vivimos en la República Dominicana es la ausencia total de proyectos sociales, porque el Estado dominicano está conformado ahora por las múltiples “particellas” que lo integran, y cada una entraña, desgraciadamente, un proyecto individual. Fue de esa manera que el Estado quedó secuestrado. Sus instituciones fueron subsumidas, adjudicadas.

“Parte pequeña de alguna cosa”, “pago o término”, “porción pequeña de terreno que se ha apropiado”; cualquiera de estas acepciones son ajustables a la manera de cobrar el apoyo que esos abogados morados le dieron al presidente Fernández. Y eso es lo que tenemos que leer: Leonel Fernández distribuyó el Estado, generalizó la corrupción, configuró una estructura de poder (retícula de poder la llama Michel Foucault) en la que cada quien exprimía su parcela, y como un gran padrino, ahora exige reciprocidad. ¿No configuró él la justicia? ¿No hemos visto desfilar por sus oficinas artistas, escritores, periodistas, industriales, políticos marrulleros y alguaciles, poetas lánguidos, lambones terminales y sankispankis de la simulación; agradeciéndoles sus favores, todos realizados con fondos públicos? ¿Hay alguien con dos dedos de frente que ponga en dudas que Leonel Fernández usó y abusó de los fondos públicos para su engrandecimiento personal? ¿No ha sido ante los ojos de todo el mundo que las fortunas descomunales y obscenas de sus funcionarios se han desplegado?

La desgracia de este país es que una cosa es lo público, y otra lo privado. En privado, los poderes fácticos saben que Guillermo Moreno tiene la razón. Y que esos abogados bramando son, sobre todo, la condición desgarrada de una sociedad que ve poner de rodillas una y otra vez, sus aspiraciones de bien común y de vida institucional plena.

Artículo publicado originalmente en el periódico HOY.

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