Opinión

El pesimismo de Masalle

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Por Narciso Isa Conde

El Obispo Masalle, sin dejar de reconocer el valor de la lucha actual, se mostró pesimista sobre el destino del reclamo del fin de la impunidad.

  • Diferencias y distancias.

De su manera de pensar y actuar  difiero en grande cuando le ha tocado hablar del origen de la vida, de la concepción del mundo, de la especie humana, de los derechos de la mujer, del aborto,  de la libertad de opción sexual, de la homosexualidad… temas en los que se ubica en abierta y desafiante actitud conservadora y ultra-reaccionaria.

Atrás incluso de los leves avances  externados  por el Papa Francisco sobre ese tema neurálgico para la Iglesia Católica y Romana.

Procede destacar también que en su práctica cotidiana Masalle luce además muy lejano de la imperiosa necesidad de  luchar contra las causas de los ecocidios practicados a escala nacional y planetaria, y bastante ajeno a la pertinencia de la Encíclica papal en defensa de la Madre Tierra, nuestra Casa Común. Abismalmente distante, en este segundo aspecto, del valioso ejemplo de Monseñor Camilo en relación con  los movimientos sociales ambientalistas.

En ambos casos se trata de temas realmente trascendentes y de gran valor estratégico para la defensa de la vida, la felicidad, los derechos de todos los seres humanos y la relación armónica de la sociedad humana con su entorno: uno que versa sobre la opresión patriarcal y sus grandes crueldades; y el otro sobre la existencia del planeta tierra, amenazado por  la voracidad el gran capital y las injustas y destructivas relaciones de poder imperantes aquí y en todo el mundo.

  • Coincidencias y cercanías.

Esas diferencias, sin embargo, no me eximen de apreciar el significado de ciertas coincidencias coyunturales con ese prelado católico en lo relacionado con el sistema de corrupción e impunidad imperante en el país.

Masalle ha caracterizado muy bien la dictadura presidencialista existente en  nuestro país, haciendo referencia al régimen del tirano Trujillo, al  del déspota ilustrado Joaquín Balaguer y a los gobiernos de Hipólito Mejía, Leonel Fernández y del actual presidente  Medina.

En este último caso denunció como Danilo Medina designó una Comisión a la medida, presidida por Agripino, para investigarse a sí mismo; y más recientemente destacó como este presidente y los anteriores mencionados se las han ingeniados para crear una institucionalidad que protege a los beneficiarios de la  corrupción propia y ajena, garantizándole impunidad a todos.

Sin embargo, de esa certera caracterización del sistema institucional establecido -a lo que solo habría que agregar como la cúpula del PLD se ha convertido en una Corporación que depreda al Estado y saquea el patrimonio público y natural de la Nación- el Obispo de Baní deriva una fuerte nota de pesimismo, augurando la imposibilidad de ponerle fin a la impunidad.

  • No hay lugar para la resignación, renace la esperanza.

Esto supone -reforzando una visión fatalista cimentada en la impotencia- que no debemos plantearnos inhabilitar estas instituciones al servicio de la impunidad; mientras la lógica elemental nos dice que si no es posible hacer justicia a través de ella –y eso es cierto- urge entonces proponernos cambiarlas luego de hacerlas colapsar con un grado cada vez más elevado de movilización e impugnación popular; algo que se ha logrado en otros periodos de nuestra historia e incluso recientemente en muchos países del Continente y del mundo.

Las dictaduras presidencialistas, corruptas y corruptoras, constitucionales o no, se derrotan en las calles, sobre todo cuando ellas pervierten la vía electoral y cierran el relevo por la ruta institucional.

-Situación evidente, percibida ya por amplios sectores.

-Objetivo político  factible dado el grado de indignación y el proceso de movilización multitudinaria que catapultó la Marcha Verde del 22 de enero, ahora en pleno despliegue hacia la Marcha del Cibao en Santiago, precedida del fenómeno del libro verde seguido de la llama verde.

Hay que atreverse, porque lo otro es resignarse, como sugiere la errónea conclusión del Obispo Masalle.

Hay que atreverse, sobre todo porque el hastío del pueblo empobrecido, el creciente descontento en las filas militares y policiales y la necesidad del cambio que los dignifique,  tienden a crearle un clima de ingobernabilidad al régimen que intentan perpetuar.

Un clima que permite obligar a sus detentadores a la rendición, ejerciendo ampliamente la democracia de calle y creando contrapoder en todo el territorio nacional.

La oportunidad es real.

Hay que atreverse colectivamente a tirar las instituciones pervertidas y los funcionarios gansterizados  al piso.

A sacarlos del poder y trancarlos para abrirle cauce a una refundación de las instituciones  y del proyecto de sociedad por la vía menos traumática posible: un gobierno de transición democrática que instale un nuevo sistema electoral  y contribuya a generar un proceso constituyente altamente participativo; que posibilite instalar una Asamblea Constituyente Soberana y Popular, establecer un nuevo orden jurídico-político y avanzar hacia una sociedad basada en la justicia, la libertad y la solidaridad humana.

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