Archivo/Viejo San Juan, Puerto Rico.
San Juan, Puerto Rico (EFE/Cristina Heusel).- El huracán María dejó en ruinas a Puerto Rico, cuya población, un mes y medio después, ha comenzado a percibir soluciones y lucha para que la conocida como “Isla del encanto” vuelva a ser el paraíso que atraía al turismo mundial y no sea la “isla del desencanto” como algunos la empiezan a llamar.
El estado libre asociado de Estados Unidos recibió un primer embate el 7 de septiembre cuando el huracán Irma se precipitó sobre gran parte de la isla, así como de otros territorios del archipiélago caribeño.
Fue un anticipo. Casi dos semanas después, el 20 de septiembre, el golpe más terrible fue asestado por el huracán María y los vientos y el agua del ciclón categoría 4 destruyeron el ya anticuado y corroído sistema energético, derribaron torres de suministro, los enlaces de distribución y los cables y postes del alumbrado.
Muchas carreteras y caminos quedaron cortados y aún permanecen así. Las fábricas, centros comerciales y oficinas cerraron sus puertas al no recibir energía eléctrica para operar. Lo mismo ocurrió con hoteles, restaurantes y cines.
En San Juan solo opera un cine, que esta semana ofreció un festival con películas europeas y latinoamericanas al que los espectadores acudieron para escaparse de la realidad.
En algunos hospitales, los médicos debieron acudir a la luz de sus teléfonos móviles para atender a enfermos transportados en ambulancias que temerariamente cruzaban las calles de ciudades sin semáforos.
El Viejo San Juan, el sector colonial de la capital que ha sido el centro turístico de la ciudad, carece de luz y casi todos sus restaurantes y comercios están cerrados.
En San Juan solo opera un cine, que esta semana ofreció un festival con películas europeas y latinoamericanas al que los espectadores acudieron para escaparse de la realidad.
“Me da lo mismo cualquier película que exhiban ahora, no me importa”, señaló un anciano ante el cine que para él, en este país tropical, ofrecía como gran atractivo el funcionamiento del aire acondicionado.
Una situación similar viven otras ciudades que quedaron en tinieblas y algunos hospitales sin energía eléctrica han acudido al uso de generadores para poder atender a los pacientes.
Esos mismos generadores, convertidos en un artículo de primera necesidad que se agota rápidamente, son el eje que ha mantenido en operaciones a muchos hoteles, restaurantes, edificios del Gobierno y de particulares, así como estaciones de bombeo de agua y alguna central eléctrica.
Tras el huracán casi todos los turistas y puertorriqueños huyeron en cuanto hubo disponibilidad de vuelos comerciales y privados.
Las muertes vinculadas al huracán rondan el medio centenar pero versiones oficiosas aseguran que serían centenares si se incluyeran los decesos de muchos heridos o enfermos que no recibieron atención oportuna por falta de electricidad y carreteras cortadas.
“Nunca, en casi un siglo, habíamos sufrido un golpe tan duro”, señala a Efe Brenda López, cuya casa fue destruida por el huracán.
Madre de dos niños dedicada a la crianza de gallinas, vacas y caballos y a la venta de perros en las cercanías del pueblo de Utuado, la mujer de 37 años asegura que el país se levantará y resurgirá como las hojas que ahora brotan en los árboles que resistieron al huracán.
“Pero sabemos que pasará mucho tiempo. Esto fue terrible y no vamos a salir del paso en muy pocos meses o en años”, señala mientras busca entre los escombros algún utensilio que pueda volver a ocupar.
La familia de López encontró refugio en la casa de un familiar y dice que hasta la semana pasada no había recibido ayuda de las autoridades aun cuando Utuado está a solo 100 kilómetros de San Juan, donde se concentran las tareas de auxilio y reparaciones del Gobierno.
En esas operaciones participan además de los organismos oficiales otros del Gobierno de Estados Unidos como la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) y el Cuerpo de Ingenieros del Ejército.
“No, no han llegado por aquí”, dice López mientras recibe agua, comestibles enlatados, alimentos, medicinas y artículos de primera necesidad traídos por un grupo de españolas.
Esas mujeres llegaron hasta su casa en tres vehículos luego de un viaje en el que eludieron cables de electricidad tirados en el suelo, árboles cortados y caminos inundados por aguas que emanan de los cerros y que, sin líquido potable, sirven al menos para el aseo personal.
“Sabemos que llegarán en algún momento y que aunque no nos solucionen todos los problemas al menos nos aliviarán la carga”, agrega la mujer con un gesto de resignación.
Palabras similares utiliza Wilfredo Nevares, quien repite una consigna que promete que ante la tragedia “Puerto Rico se levanta” y que llama a la solidaridad.
“Este es un paraíso y lo seguirá siendo. Hay esperanza. Creemos en el renacer de la isla. Solo hay que esperar y ponernos manos a la obra”, manifiesta.
La pregunta diaria de los puertorriqueños unos a otros es si les ha llegado la luz y cuando es así, es motivo de una sonora celebración.
Sí se va normalizado parcialmente la educación pública aunque muchos sindicatos denuncian que la precaria situación de seguridad en muchas escuelas es un peligro para los estudiantes, mientras los padres quieren que sus hijos regresen a las aulas.
Mientras, la vida sigue con los comercios, que funcionan con la ayuda de los generadores, ofreciendo de manera limitada alimentos de primera necesidad como arroz y habichuelas, así como agua potable que desaparece rápidamente de los estantes. EFE