Periodismo Interpretativo

El sentido del humor

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Poseer sentido del humor aún en las condiciones más ásperas es una virtud.

Otra fragancia, que le resulta oponible, es tener una claque adiestrada para que te aplauda hasta cuando bostezas.

No hay, no puede haber, humor forzoso.

Su gratuidad se asienta noblemente como la flor que nace  con sus propios abonos, sus nutrientes y sus territorios.

Entre ambas posibilidades opera una frontera delicada que se atiene al manejo correcto de la lengua y al espíritu predispuesto a la risa o a provocarla.

Sin embargo, no hay que ser un maestro de la palabra para hacer reír a tu prójimo

Aquél ciudadano chino que le respondió al calié trujillista a la pregunta provocadora de cómo estaba la cosa precisándole que “está buena pero no se vende”  tuvo una  salida ambigua y de algún modo diplomática que devino en humor espontáneo.

No podía el interpelado faltar al espíritu de la sinceridad y a la vez caer en el gancho de decir que le iba mal en una Era donde todo marchaba con una perfección que a decir de la publicidad oficial, se estaba aquí mejor que en el cielo.

No fue su propósito el humor.

Esas joyas que nacen de la astucia  se logran más de una vez sin el guión que guía a la obra.

Pese a ello, no era raro que a cualquiera lo enviaran a ese lugar indefinido hasta por una mirada inoportuna.

El humor público o privado es uno de esos patrimonios que ahora se conocen como intangibles de los pueblos dado que pertenecen a su historia oral que no es menos valiosa que  la que se presenta a la mortificación de los escolares y a la justa descreencia de la posteridad.

Hay un sentimiento de humor repentista como el del tirano Ulises Hereaux que extraía una respuesta ingeniosa de cualquier momento, incluso de aquél que le crearon sus detractores ocasionales, los que le negreaban y aquellos a los que en los últimos momentos de su tiranía le odiaban por deudas impagables, por haber ordenado el asesinato de algún pariente o por  el cansancio que dejaba su régimen, y anhelaban su muerte.

Hay otra forma de humor meditado y no menos inteligente como la del poeta popular Juan Antonio Alix que con un ingenioso juego de palabras anunciaba  a viva voz por el centro de Santiago que perseguía a “una ballena, una ballena, una ballena”

Cuando se juntó una multitud sorprendida, aclaró que la otra (carretilla que corría por la calle Del Sol) iba vacía.

Hay que reunir de manera natural los factores que pertenecen a las intrincadas y misteriosas conexiones neuronales  para lograr, sin proponérselo conscientemente, obtener  el lenguaje que asombra, que impacta por su salida rápida y efectiva y por su condición risible.

Aunque hay gente que cree poder  lograrlo, el arte que se necesita para ello es una de las  peculiaridades con que la naturaleza  dota a determinados individuos y desposee, antes de nacer, a otros.

Hay condiciones infalseables,, inherentes a las características de cada quien.

Ese expresidente que quizás no pretende el desfogue humorístico con sus francas precisiones sobre determinada observación de la realidad, como por ejemplo:

“Hipólito, la calle está dura,” “súbase a la acera, señora” es ahora humor y en su momento fue cualquier otra cosa.

Lo que ayer era una metáfora que decidía una postura pública hoy puede hervir sin rubor en los calderos de la condimentada realidad política.

Los múltiples, injustos e irreverentes chistes que corrieron como lava candente contra el condescendiente ciudadano Antonio Guzmán Fernández nunca, al parecer, le hirieron.

O quizás y para que no se molestara, no lo enteraron de éstos pero sus familiares sí estuvieron al tanto de ello.

Tenían  estas invectivas enmascaradas de humor zahiriente algún propósito desconcertante o demoledor.

No le negó correspondencia plausible más de una salida lúcida y bellamente construida al Juan Bosch escritor e incluso al político.

No por una ocasionalidad rebuscada le fue útil a Bosch el  claro conocimiento del idioma, sus pedrerías y su arquitectura moldeable hasta el vértigo.

El a veces severo y otras  infranqueable y paradójico  Joaquín Balaguer se queda mudo de contento tras un lapso de risa espontánea cuando doña Rosita Fadul le participaba de alguna historia esporádica de su cosecha inagotable y desde su habla pícara y desnuda.

Tener un afilado sentido del humor es tener un arma invencible.

Todos te van a recordar y a sentirse agradecidos por ello.

Esa predisposición que sólo ostenta el ser humano ha enriquecido enormemente lo mejor de la literatura.

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