En la República Dominicana la política partidista está íntimamente asociada a la pobreza y a la búsqueda de ascenso social y económico de una pequeña burguesía, baja, mediana y alta, que no tiene escrúpulos cuando tiene que colocarse en la lucha por el control del Estado, botín anhelado por muchos.
El fenómeno ha inmerso a grandes y pequeños partidos, sobre todo lo que logran con fraudes y sin ellos, ser reconocidos por la Junta Central Electoral, porque ello permite no sólo recibir dinero del órgano fiscalizador y regulador de las elecciones, sino también de aquellas organizaciones de las que los más minúsculos se convierten en bisagras durante el proceso comicial.
El asunto es tan gran grave que los dominicanos se pasan la mayor parte del tiempo ante el paso de militantes de unos y otros partidos en diferentes direcciones como una forma de transfuguismos muy propia de los países pobres y subdesarrollados, donde no predomina la ideología, sino el clientelismo.
Si se revisara el manejo de estos partidos, grandes y pequeños, que no son más que empresas comerciales mafiosas, que se apoyan unos a otros para de ese modo tener derecho a ser participes de la micro corrupción a través de los ayuntamientos, el Congreso Nacional y cualquier otra dependencia del Estado.
Este es el caso del Partido Demócrata Institucional (PDI) el Partido Quisqueyano Demócrata, (PQD)), el Bloque Institucional, entre otros tantos, que constituyen una vergüenza en la política nacional.
A éstos habría que agregarles el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) y el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) , los cuales se rigen por el tráfico de influencia y por todas las demás variables de la corrupción que predomina en el país.
Estos partiditos debían desaparecer del escenario político nacional para adecentar esta actividad en la República Dominicana y para disminuir, sino eliminar, la corrupción y la poca transparencia que guía su proceder en la sociedad.
Definitivamente se siente nausea cuando se observa el comportamiento de estos pequeños y grandes partidos que no son más que nidos de mafiosos sin hiel que se amparan en una bendita democracia que constituye una caricatura si la comparamos con la que rige en las sociedades donde se impone el bien común y la convivencia nacional.
Hasta cuándo aguantarán nuestros estómagos el proceder nauseabundo de una clase política que no tiene miramientos y que se apropia de la cosa pública sin importar las consecuencias.
Ya estamos hartos de tanta desfachatez.