Donestk, Ucrania.-Tienen las manos ennegrecidas y sucias de los combates. Algunos aún llevan puestas las botas de combate, pequeños trozos de tierra oscura del campo de batalla pegados al torso, cubierto apenas por las mantas de emergencia.
Con cabezas vendadas y miembros entablillados, los soldados heridos llegan en camilla al autobús de evacuación médica de Hospitallers, una organización ucraniana de paramédicos voluntarios que trabaja en el frente de la guerra en Ucrania.
Todos los soldados resultaron heridos hace poco en los duros combates en la región oriental ucraniana de Donetsk, donde las fuerzas rusas tratan de avanzar. La batalla en Bájmut, una ciudad ahora rodeada por tres lados por las tropas rusas, ha sido especialmente sangrienta. Los soldados describen días de combate sin fin, a menudo a corta distancia.
“Hemos estado de gira en el infierno”, dijo Yura, tumbado en una cama en el autobús medicalizado. La sangre manchaba el grueso vendaje en su brazo derecho, con barras de metal para estabilizar el hueso destrozado.
En su bíceps se veía una oscura magulladura morada del torniquete que detuvo la hemorragia y salvó su vida. En la mejilla derecha le escribieron con marcador a qué hora se lo habían colocado: 19:45.
“Intentaron acabar conmigo con granadas”, dijo Yura, que como todos los soldados sólo dio su nombre. Tenía heridas graves en la pierna y el brazo derechos.
A diferencia de la mayoría de los heridos, Yura no es ucraniano. Es ruso, pero pelea del lado de Ucrania en Bájmut desde noviembre. El moscovita dijo que se había mudado a Ucrania antes de la guerra, al igual que un amigo suyo que también lucha por Ucrania y había pasado dos años y medio en prisión en Rusia por reenviar una publicación en medios sociales que decía que Crimea -anexionada ilegalmente por Rusia en 2014- era ucraniana.
Fueron sus compatriotas quienes le hirieron.
Estuvo en Bájmut durante “ocho días de combate casi ininterrumpido”, señaló, pero su unidad y él lograron rechazar todos los ataques a su posición.
“En el quinto día sin dormir pensé que me volvería loco”, dijo. “De hecho es imposible dormir allí, atacan de tal manera que la tierra tiembla”.
Mostró un video en su celular grabado dentro de Bájmut: el interior de un edificio arrasado, agujeros en los muros por el fuego de artillería, escombros tirados por el suelo. Más allá de los restos de metal retorcido de una ventana, un atisbo de un paisaje urbano de edificios hechos añicos y árboles rotos.
Yaroslav, de 37 años, también resultó herido en Bájmut. La lucha era tan cercana que fuerzas ucranianas y rusas combatían de una habitación a otra del mismo edificio, dijo.
Estaba pálido y con los labios casi blancos. Con un temblor casi imperceptible, se apoyó sobre un codo mientras esperaba a que llevaran su camilla desde una ambulancia al autobús para el viaje a un hospital mejor equipado en una ciudad más al oeste.
Una explosión había lanzado metralla contra su pierna, por debajo de la rodilla.
“Volví en mí y vi que no había nadie a mi alrededor, y después comprendí que había sangre cayendo en mi zapato, sangre por dentro de mi zapato”, dijo, mientras fumaba despacio. “Estaba totalmente oscuro”.
Cuando su unidad trataba de cambiar de posición, las fuerzas rusas abrieron fuego.
“Cuando me fui, todo estaba en llamas”. Había rusos muertos en el suelo, y ucranianos muertos también. “La gente corría en la calle y caía, porque las minas estallaban, los drones volaban”.
Terminó su cigarrillo y se tumbó de nuevo en la camilla. Tenía la mirada perdida y cerró despacio los ojos. Los Hospitallers cargaron su camilla y le llevaron al autobús que esperaba.
El autobús medicalizado -bautizado como “Austrian”, el apodo de un paramédico de los Hospitallers que murió en un choque de otro autobús de evacuación médica- puede llevar seis pacientes gravemente heridos en camillas y varios heridos más que puedan caminar.
“Hacemos evacuaciones cuando es necesario. Podrían ser dos o tres veces al día”, dijo la paramédica jefa, Kateryna Seliverstova.
El vehículo, comprado con dinero de donaciones, está mejor equipado que incluso algunos hospitales estatales, dijo Seliverstova. Cuenta con monitores, electrocardiógrafos, respiradores y botellas de oxígeno y puede atender a varios pacientes graves durante el traslado a un gran hospital.
“Este proyecto es muy importante, porque ayuda a economizar recursos”, dijo. “Podemos trasladar a seis personas heridas que estén en estado grave o moderado”, mientras que una ambulancia normal sólo puede llevar uno, señaló.
Las seis plazas estaban ocupadas en el viaje que llevaba a Yura y Yaroslac. Al otro lado del pasillo de donde estaba Yura, otro soldado iba recuperando la consciencia a ratos, con un vendaje oscuro en la cabeza. Un paramédico comprobó sus constantes vitales en un monitor y le ayudó a tomar algo de agua de una jeringuilla.
Detrás, un hombre tosía con fuerza. Sólo la punta ennegrecida de su nariz asomaba del aparatoso vendaje de su cabeza. Había sufrido extensas quemaduras en el rostro.
Yura hablaba en voz baja con uno de los paramédicos. Sin que la expresión de su rostro cambiara, las lágrimas empezaron a deslizarse por su rostro. El paramédico se inclinó y las limpió con suavidad.