CIUDAD DE MÉXICO. La esperanza se mezcló el viernes con el miedo en el espacio de un carril de bicicletas en la zona centro de la Ciudad de México, donde familias aguardaban alguna noticia de sus seres queridos atrapados entre los escombros del edificio detrás de ellos. En el cuarto día de búsqueda de sobrevivientes del sismo de magnitud 7,1 que derribó ese edificio de siete pisos y muchos otros en la Ciudad de México y otros estados del centro del país, la esperanza aumentaba o caía con pequeñas cosas. Un cambio en el clima, el anuncio de que rescatistas japoneses se habían unido a las búsqueda, las afirmaciones de las autoridades de que hay gente con vida, o una llamada desde un número conocido.
Patricia Fernández Romero, quien pasó la mañana en una banca amarilla bajo una lista escrita a mano con los nombres de los 46 desaparecidos, recordó cómo cantaba mal su hijo Iván Colín Fernández, de 27 años, pero que ahora solo quisiera oírlo de nuevo.
“Hay momentos que se siente uno que se desploma”, dijo. “Y hay momentos en que está uno un poquito más tranquila… pero no, son momentos que no se les desean a nadie”.
Las familias han acampado desde el martes, cuando el sismo remeció la ciudad y dejó al menos 295 fallecidos. De éstas, 157 se registraron en la Ciudad de México, 73 en el estado de Morelos, 45 en Puebla, 13 en el Estado de México, seis en Guerrero y una en Oaxaca.
A lo largo del carril de bicicletas, donde las familias duermen en casas de campaña, aceptan comida y café de extraños, gente que se ha organizado para presentarse como un frente unido ante las autoridades, a quien presionan incesantemente para recibir información.
A algunos les dijeron que en algún momento pasaron agua y comida a quienes estaban atrapados. El viernes por la mañana, después de horas de inactividad por la lluvia, los rescatistas se preparaban para reanudar operaciones, apoyados por personal enviado desde Japón e Israel.
Fernández dijo que los funcionarios les dijeron que sabían que había personas atrapadas en el cuarto piso.
Son esos los momentos en que las familias se sienten más atormentadas.
“Es que llega un momento en que una se siente tan tensa, o cuando tardan en salir a darnos información”, dijo. “Es más desesperante”.
José Gutiérrez, un ingeniero civil y familiar de uno de los desaparecidos, trataba de dar un poco de esperanza a los demás que esperan a unos metros del lugar en un campamento improvisado.
“Mi familia está ahí. Yo quiero que salgan, entonces… vamos adelante”, dijo Gutiérrez con la voz entrecortada por la emoción.
Una lista con 46 nombres de personas desaparecidas estaba colocada en un poste y en un semáforo una segunda hoja con 23 nombres de quienes habían sido rescatados.
Cubierta con una cobija, Cristal Estrada deambula alrededor de la tienda de campaña donde pasó la noche. Busca a su hermano Martín, un contador de 31 años, casado, con dos hijos y quien se cree que está debajo de los escombros del edificio.
Cristal se siente impotente por no poder ella misma entrar y ayudar a quitar los escombros. Hasta ahora, los rescatistas insisten que hay vida debajo del edificio, pero no se sabe si entre ellos estará Martín.
“Que hay vida, eso nos repiten, pero seguimos esperando”, dijo.
Al lugar llegaron rescatistas mexicanos y de otros países como Estados Unidos, Israel, Japón y Panamá.
Al paso de las horas se acerca el momento de reemplazar a los rescatistas por excavadoras para despejar escombros, pero las autoridades sostienen que todavía se está en una operación de rescate.
El coordinador de Protección Civil, Puente, reconoció que las topadoras empezaban a alzar escombros de edificios donde no se había detectado la presencia de personas o donde las montañas de ladrillos y hierros parecían a punto de derrumbarse sobre edificios vecinos.
“Las labores de rescate continúan y no se detendrán”, dijo Puente. “Es falso que se esté demoliendo estructuras donde puede haber sobrevivientes”.
La gente que presenció los derrumbes dijo que la tragedia pudo ser mucho peor. Algunos edificios no cayeron de inmediato, lo que dio a sus ocupantes tiempo para salir, y otros dejaron huecos con aire donde los ocupantes pudieron sobrevivir.
El guardia de seguridad Félix Giral Barrón dijo que al comenzar el terremoto tuvo tiempo de avisar a la gente en su edificio que lo evacuaran. A continuación, un edificio de apartamentos al otro lado de la calle colapsó y un gran tanque de gas cayó del techo, pero no explotó.
“El edificio colapsó y el tanque de gas de 250 kilogramos lo sujetaron los árboles del bulevar y se salvó de explotar”, dijo Giral.
El secretario de Educación Alfredo Nuño dijo el viernes a una radio local que unas 300 escuelas sufrieron daños severos y tendrán que ser reconstruidas. Los alumnos de esos colegios podrían ir a escuelas sin daños o a planteles temporales, pero aún se desconoce la fecha en que reanudarán las clases.
Por CHRISTOPHER SHERMAN y MARÍA VERZA