CIUDAD DEL VATICANO.- El papa Francisco cumple un año de pontificado marcado por las reformas en la Curia, la apertura de la Iglesia y por sus muestras de sencillez y cercanía a la gente, lo que le ha conferido un enorme carisma, como lo demuestran los cientos de miles de peregrinos que acuden a la plaza de San Pedro.
Bergoglio, de 77 años, un jesuita con corazón franciscano, nada más presentarse a los fieles dijo al mundo que quiere ser un papa «al servicio de los demás», que sueña con una Iglesia «pobre y para los pobres» y abierta al mundo, tanto, que animó a los religiosos a abrir los conventos vacíos para alojar a los refugiados.
Lo primero que hizo el papa, elegido el 13 de marzo, fue desprenderse de oropeles. Calza zapatos negros y no los rojos papales y se aloja en la residencia Santa Marta, una dependencia del Vaticano, junto con obispos y sacerdotes y no en los fríos apartamentos del Palacio Apostólico.
La sencillez no está reñida para el papa argentino con el coraje a la hora de reformar la Curia «enferma», según palabras de Benedicto XVI.
Comenzó con el nombramiento de secretario de Estado al hasta entonces nuncio en Venezuela, el italiano Pietro Parolin, de 58 años, en sustitución del cardenal Tarcisio Bertone, quien resultó salpicado por el escándalo de las filtraciones de los documentos vaticanos.
El 5 de julio de 2013 Bergoglio presentó la encíclica sobre la fe, «Lumen Fidei», que comenzó su predecesor Benedicto XVI, y que no pudo terminar al renunciar al pontificado el 28 de febrero de ese año.
Se trata de una encíclica a «cuatro manos» y fue firmada por Francisco, aunque el borrador de Benedicto XVI era «un documento fuerte, un gran trabajo», según precisó el papa, quien resaltó la necesidad de recuperar la fe en el mundo actual, en el que es vista «como un salto al vacío que impide la libertad del hombre».
Otra de las decisiones del papa Bergoglio fue el nombramiento de una comisión de investigación para reformar el llamado banco del
Vaticano, el Instituto para las Obras de Religión (IOR), envuelto desde hace años en numerosos escándalos financieros.
El pontífice creó esa comisión con carta blanca para investigar todo lo que ocurra en el IOR y constituyó además otro grupo de estudio para reformar la estructura económica administrativa de la Santa Sede.
Publicó asimismo un «Motu Proprio» (documento papal) que dio continuidad al aprobado por Benedicto XVI, que incluye medidas para la prevención y lucha contra el blanqueo de capitales, financiación del terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva.
Con otro «Motu propio» bajo el nombre «Fidelis dispensator et prudens» (Administrador fiel y prudente), el pasado 24 de febrero anunció la creación de una «Secretaría para la Economía», que se ocupará de gestionar todas las actividades económicas y administrativas de la Santa Sede y del Estado del Vaticano.
A la creación de este ministerio se llegó tras las recomendaciones de la comisión encargada de abordar la estructura económica y administrativa de la Santa Sede (COSEA), que fueron aprobadas por el Consejo de cardenales nombrados por el papa para reformar la Curia, el llamado G8 vaticano, y por la Comisión G-15.
Para muchos, Francisco ha supuesto una primavera para la Iglesia tras años de escándalo que sufrió en silencio Benedicto XVI.
Su magisterio es sencillo, Bergoglio se muestra como un pastor cercano a sus ovejas, en la línea simple que mostraba Jesús.
Los fieles ven en él un pontífice humilde y cercano a los pobres y más débiles y un papa en el que mirarse.
Su carácter impulsivo y sus improvisaciones han encandilado a propios y extraños.
Gustan sus paseos por la plaza de San Pedro en los que saluda y besa a niños y enfermos, la llamadas por teléfono a gentes necesitadas, sus continuas exhortaciones para el fin de la guerra en Siria con la imponente Vigilia celebrada el pasado 7 de septiembre, las frases diarias en twitter y el tiempo que pasa rodeado de gente.
Francisco quiere que los sacerdotes hagan lo mismo y les anima a mezclarse con la gente, a salir fuera de la iglesia y buscar lo que él llama «Iglesia de la periferia»; en suma, a ejercer de pastores de los más pobres.
El papa mantiene a los guardias de seguridad en vilo y él mismo ha revelado que de vez en cuando en el Vaticano le recriminan que es «indisciplinado».
Sin embargo, en este año de pontificado se ha pasado «de una Iglesia asediada por miles de problemas a una Iglesia que se ha abierto», según dijo Pietro Parolin.