Opinión
Ganas de llorar por el país en que nací y he vivido toda mi vida
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Por Miguel Guerrero
El entonces líder conservador y primer ministro David Camerón, amigo de muchos años de Huhne, dijo: “(La condena) es un aviso de que nadie, por alta que sea su posición o poderoso que sea, puede escapar al sistema de Justicia”. Cuando leo estas cosas me dan ganas de llorar por el país en que nací y he vivido toda mi vida.
Aquí creemos que si una figura pública de renombre es llevado a los tribunales por grande que sea el delito, es una fantasía propia de ilusos incorregibles. Hemos visto y escuchado a diario en los medios de comunicación denuncias graves de corrupción, violaciones a las leyes y la Constitución, fácilmente comprobables por los organismos de justicia, que se pierden en el olvido o en los archivos de las fiscalías. Nada en esos ambientes, por grande que sea o parezca, se considera aquí delito o falta con méritos para ser siquiera investigado.
Las funciones públicas, en el Gobierno, como en el Congreso y otras fuentes de poder político en este país, más que una oportunidad de servicio a la nación, representan seguros de inmunidad y de total protección, contra toda forma de pillaje y latrocinio.
En cualquier otro país, un porcentaje mínimo de esas denuncias bastarían para sacudir las estructuras estatales y provocar cambios profundos, juicios de fondo y sentencias ejemplares. Pero hay que estar loco y de remate para pretender que algo así suceda.