Opinión
¡Gonzalo Castillo, no vayas a la tumba de Juan Bosch!
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Por Andres L. Mateo
Eugenio María de Hostos no tenía un partido, pero Juan Bosch era un político militante, y sí tenía un partido. Se gastó una papelería asombrosa teorizando respecto de la construcción del partido, en un esfuerzo intelectual sin precedentes en la historia política dominicana, y si algo queda claro releyendo ahora el legajo de sus memorias es que su pretensión esencial era darle una base ética a la práctica política en nuestro país. ¿No se revolcarán de impotencia los huesos cansados de un hombre excepcional que pregonó con su práctica de vida su apego irrestricto a la honestidad, ante el tropel desaforado de un “liderazgo” inepto que hace primar el interés particular sobre el bien común? Se puede tener cualquier diferencia con Juan Bosch, pero Juan Bosch es lo que es en la historia política y social dominicana porque su accionar se empinaba sobre la base de una ética que era la negación del pragmatismo rampante, y porque él personificaba un proyecto social. Ninguna de estas condiciones acompañan el “liderazgo” de Gonzalo Castillo. La comisión de estrategia del litoral del danilismo dentro del PLD hace mal con prostituir el legado de Juan Bosch. Sobre todo porque esta visión de la política que ve su práctica con una concepción ética, en el caso de Juan Bosch, no se quedó meramente en el plano teórico. Dio muestras palpables de que se puede hacer política en la República Dominicana armado de una ética, y de que se podía hacer política práctica aferrado a la búsqueda del bien común.
¿Qué pensamiento le puede suscitar a un comerciante de la política, la solemne inminencia del cadáver de Juan Bosch? Ninguna, un vacío, una simulación. Lo que la historia política y social dominicana enseña es que nuestros “dirigentes” están dominados por la concepción patrimonial del estado, y tanto Gonzalo Castillo como su amo Danilo Medina son excelentes modelos de ello. Juan Bosch miró su paso por el poder como un servicio para el bien común. Y el fundamento de sus actuaciones políticas era la ética. Nunca amó el poder sin medidas, lo condicionó siempre a la libertad real de las conductas, a la magistratura de la conciencia, y es por eso que como símbolo encarna la expresión de un proyecto social. Y aclaro que su valor de símbolo no viene a imponérsenos desde el exterior como un signo puramente intelectual, puesto que traduce su propia vida, y sus actos; que son la síntesis de esa crónica cotidiana de la decepción que son los políticos dominicanos como Gonzalo Castillo, y muchos otros.