Opinión
Habrá que volver a las calles
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Por Melvin Mañón
En el primero de los dos años transcurridos desde la instalación del gobierno del presidente Abinader, estaba en plena ebullición una sed ciudadana de justicia que dificultaba a cualquier juez mostrar complicidad, simpatía o tolerancia para con los acusados de delitos de corrupción. Esta situación ha cambiado y cambiará aun mas a medida que el trajín reeleccionista se hace cargo del Palacio Nacional. Este daño reputacional a la imagen de Abinader se suma a la perdida de simpatía que la inflación, las ineficiencias del gobierno, sus indecisiones y las complicidades oligárquicas ya habían infligido al anhelo de justicia y castigo.
Sabemos que los jueces de todas las instancias fueron nombrados en tiempos del PLD y muchos de ellos, en violación a la ley que regula esos nombramientos. Leonel y Danilo así como una parte importante de la fauna peledeista se vanagloriaba; decían estar blindados.
El presidente Abinader concluyó, cuando era candidato, acuerdos mal pensados. Tomó dinero de quien no debía, prometió cargos, facilidades, contratos y beneficios a cambio de ayuda. Los acuerdos de Abinader con Hipólito Mejía, los desaciertos e inconductas de Fulcar así como la falta de sanción a gente nombrada por el han lastrado su presidencia mas que las afinidades con los Vicini y el puñado de poderosos que usufructúan la savia de este país.
Ahora el clima judicial se deteriora día por día y muchas decisiones vienen con un desafortunado sesgo político reeleccionista. Las versiones de acuerdos secretos y conjuras de aposento prosperan a medida que la decisión de “ganar como sea” es el norte de la gestión gubernamental.
Hay una pesadumbre instalándose en el alma nacional: la creencia y el temor de que ya pasó el momentum de la justicia. Se deshilacha la nación cuando se pierde esa esperanza.
En el seno del pueblo que pidió cambio hay una queja: le han dado poco cambio y mucho “espérate ahí”. En realidad, no es del todo así. Ha habido cambios pero no coherencia ni continuidad; la inexplicable tolerancia del presidente hacia casos demasiado escandalosos confunde y extravía. El deseo de justicia ha fermentado en odio y frustración. Esta claro que el presidente no entiende ese estado de animo. Sigue creyendo en varillas, cemento y modernidad no en la fuerza del reclamo ético.
Todavía no, pero habrá que volver a las calles.