Nadie puede negar que el drama del pueblo haitiano causa mucho estupor, no sólo en su vecino, sino en todo los lugares donde todavía queda un poco de sensibilidad humana.
El problema haitiano tiene razones internas, externas e históricas, por lo que es una responsabilidad compartida entre los propios ciudadanos de la nación más pobre del hemisferio y algunas potencias que han sabido sacarle provecho a sus riquezas naturales.
El drama que vive el pueblo haitiano no luce de tan fácil solución, dado que esta nación tiene un Estado sólo de derecho, no de hecho, porque está consignado en su constitución y en sus leyes adjetivas, pero no tiene capacidad operativa.
Es un desorden mayúsculo el que prevalece en el pueblo haitiano, donde las bandas armadas tienen más poder que las autoridades, cuyas legalidad y legítimidad no están muy claras.
Pero el problema tiene un alcance que parece que es la principal razón del caos prevaleciente y por consiguiente de la profundización de la pobreza y el sufrimiento del vecino país.
La continuación de las teorías sobre el pueblo haitiano ya cansan, saturan, porque cuando hay muchas soluciones de palabras y de discursos, pero nada en función de los hechos, lleva a cualquier posición al respecto a perder su total credibilidad.
Además, como puede un Estado como el dominicano, lleno de deficiencias y de carencias institucionales, trazar pautas en un país amigo cuando no ha sido capaz de resolver sus propios problemas.
Este periódico siempre ha sostenido que la República Dominicana tiene en el orden institucional sólo algunas diferencias con el pueblo haitiano y es que allí el Estado sólo existe de derecho, es decir, está plasmado en su Carta Magna y las leyes que la complementan, pero no de hecho y en el país existe de ambas maneras, sólo que su contaminación le quita la fuerza necesaria para organizar la sociedad.
De manera, que las diferencias no son tan grandes, porque mientras en Haití no hay Estado, el dominicano está profundamente contaminado y esas causas impiden que pueda disciplinar, fiscalizar y mejorar los niveles de regulación y de institucionalidad que se necesitan para sacar a buen camino al país.
Entonces, ni una ni la otra nación que ocupan la isla ha pedido superar los niveles de atrasos que las condenan al subdesarrollo y a unos niveles de vida desgraciados y dolorosos.
Por el momento, el Gobierno está obligado a diseñar políticas públicas en el orden de la migración, que aunque se apoyen en razones humanitarias, debe evitar que la llegada de haitianos al territorio nacional cree una crisis humanitaria, que de alguna manera, impacte peligrosamente a la República Dominicana.
Primero hay que pensar en el país y entonces y sólo después implementar políticas de solidaridad sin que las mismas se conviertan en una camisa de fuerza para la nación y que deje consecuencias que después se vuelvan irresolubles.
Basta ya de discursos sin resultados saludables para un problema que cada día toma dimensiones preocupantes para los haitianos y también para los dominicanos y aunque debe existir un plan en las dos direcciones, es decir, en trabajar lo suficiente para presionar a la comunidad internacional para que cambie la realidad haitiana de igual modo también se debe procurar garantizar un Estado funcional, regulador, fiscalizador y con mejores niveles institucionales para erradicar flagelos como la corrupción administrativa, el lavado de activos y el narcotráfico, entre otras vertientes de las razones que causan la desgracia nacional.