Haití y República Dominicana, dos países de una misma isla, con Estados que uno y otro no están tan lejos en lo que respecta a su funcionabilidad y sus niveles de institucionalidad.
De entrada habría que establecer la diferencia entre el Estado haitiano y el dominicano, el primero de los cuales en realidad sólo existe en el papel, pero el segundo por sus resultados podría decirse que tiene algunas características comunes.
La principal diferencia entre el Estado haitiano y el dominicano tiene mucho que ver con la percepción vendida y naturalmente hay detalles del segundo que superan al primero, máxime en lo que respecta a algunas formalidades.
Pero en términos de la eficiencia de estos dos Estados se podría decir que ambos se diferencian sólo en lo relativo a algunas formalidades, como por ejemplo tener una Policía Nacional, la dominicana un poco más organizada que la del hermano país, un Congreso Nacional que sesiona y aprueba nuevas leyes y un Poder Ejecutivo con mayor legitimidad que el haitiano, el cual ni siquiera existe.
Probablemente se habla de unas diferencias de forma, no de fondo, por lo que ambas naciones están seriamente amenazadas por una serie de falencias.
En Haití la falta de institucionalidad se expresa con la falta de legitimidad de sus autoridades y con el surgimiento de cientos de bandas armadas que controlan su territorio y que no hay autoridad que las pueda poner en cintura.
En la República Dominicana, por su parte, también hay un serio problema de delincuencia y violencia que aunque con perfiles diferentes, pero que constituyen una expresión de la poca eficiencia de su sistema institucional, el cual se expresa a través del Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial.
Los tres en el marco de su competencia no representan un avance institucional que garantice que la sociedad dominicana pueda encaminarse hacia una mejor distribución de las riquezas nacionales y con menos fraudes en las actividades públicas y privadas.
De manera, que tanto los dominicanos como los haitianos deben aumentar sus esfuerzos para que ambas naciones puedan ubicarse en un estadio de progreso y bienestar relativos y que no haya una amenaza a las pobres democracias, si es que así se les pueden llamar, que prevalecen en las dos naciones.
En conclusión, con sus diferencias, son dos países con problemas muy comunes y ambos tienen tendencia a empeorar en vez de mejorar, aunque naturalmente la mayor atención debe ser sobre Haití, porque ya éste prácticamente colapsó y no es mucho lo que se pueda hacer, pero no es descartable que su hermano gemelo pase por la misma crisis en el curso de los años, sobre todo en la medida en que los grupos mafiosos se consolidan en la vida social, económica y política de la nación.
Lo que procede es que así como la República Dominicana muestra preocupación por el problema haitiano, que también ponga su barba en remojo para que no se vea en el curso del tiempo en medio del mismo escenario del país más pobres de todo el hemisferio.