El primer paso de los que quieren hacer carrera política en el país es ocupar una posición pública para alzarse con los recursos del Estado y entonces satisfacer las apetencias de muchos que se mueven en el escenario nacional en función de intereses personales y grupales.
Este comportamiento, que obedece al fenómeno conocido como clientelismo político, es un asunto muy delicado porque el mismo cada día cada toma cuerpo en el país.
Los mejores ejemplos de éstos son los primeros aspirantes a la presidencia de la República por el partido de la liberación dominicana, cuya mayoría o todos han pasado por la administración pública cuya principal preocupación ha sido enriquecerse.
Un ejemplo muy contundente de lo afirmado en este editorial son principalmente Gonzalo Castillo, Francisco Domínguez Brito, Amarante Baret, Andrés Navarro, Margarita Cedeño de Fernández y Abel Martínez, individuos que debían estar sometidos a una profunda investigación por sus andanzas en la administración pública.
Una pregunta que necesariamente hay que hacerse es de dónde pudo sacar la fortuna que tiene Abel Martínez sin nunca haber trabajado, entonces hay que concluir que su fuente de enriquecimiento ha sido el Estado.
Pero como en el país no hay un régimen de consecuencia él puede enriquecerse de la manera que sea con la garantía de que no será procesado como ha ocurrido hasta ahora.
Amplios sectores de la vida nacional están convencidos de que Abel Martínez fue de los sobornados por la multinacional Odebrecht, pero nadie lo investiga y las autoridades poco se interesan en saber de dónde viene su fortuna.
En consecuencia, él ahora puede ser un presidenciable a pesar de que sus vínculos es con sectores del bajo mundo y de delincuentes consumados de la peor procedencia social.
Lo otro es que este aspirante presidencial carece de la formación intelectual para buscar esa posición, porque él habla de haber transformado a Santiago, pero en realidad no se sabe cuál es el logro de este político de baja monta, limpiar con escobillones el casco urbano de la ciudad.
Cuando se va al ayuntamiento el munícipe se encuentra con una realidad muy diferente porque las oficinas están que se caen a pedazos en contraposición con lo que se ha querido vender, porque se trata de una estafa a la ciudadanía.
Sin embargo, al final de todo es al ciudadano dominicano al que le corresponde ver si quiere ver o en su defecto con su voto promover y consolidar el desastre que han significado estos políticos para la sociedad dominicana.