La cabeza de Leonel no es tan gran para que le quepa la gorra de Bosch.

 Por José Cabral

Circuló por las redes sociales y por los medios de comunicación convencionales cuando el expresidente Leonel Fernández se colocó frente al  Congreso Nacional una gorra que decía Bosch.

Esa gorra lucia muy grande para una cabeza muy pequeña como la de Leonel, cuyo cerebro sólo vomita reproducciones memoriales.

Es muy grande la dignidad de Don Juan Bosch para ser parte de una confrontación vacía, sin sentido, pero sobre todo donde no se proyecta ningún tipo de valor.

Una cabeza para que le quepa la gorra de Don Juan tiene que ser muy grande, no necesariamente de tamaño, sino de decoro y dignidad.

Esa gorra tampoco cabe en la cabeza de Leonel porque Don Juan fue un intelectual de una gran dimensión.

Los peledeístas con manchas usan la figura de Don Juan con el propósito de limpiarse, pero eso no es posible.

Como tampoco deja de ser muy feo que Gonzalo Castillo vaya a la tumba de Don Juan a rezarle un padre nuestro de sus pecados.

Leonel se pone la gorra de Don Juan cuando entiende que se le ha cortado hasta la respiración en el seno del Partido de la Liberación Dominicana (PLD)

Don Juan está más lejos del más allá y del  escenario creado por sus discípulos que violentaron sus principales prédicas durante toda su vida.

Don Juan se entregó en cuerpo y alma a una lucha por la decencia nacional y la ética en la política y pese a que fue tal vez el hombre más difamado de la República Dominicana, pero su nobleza y grandeza siempre estuvieron por encima de cualquier mezquindad.

La gorra de Leonel le hace más daño que bien, máxime cuando su credibilidad rueda por el suelo por su falta de integridad y ponerse al servicio de lo peor.

Leonel no debe volver a ponerse esa gorra porque la tanta dignidad de Don Juan le va quemar la masa encefálica y lo podría convertir en un vagazo inservible por moverse en un entorno sin decoro y ética.

A Leonel que no vuelva a ponerse una gorra de Don Juan en una cabeza de pecados y malos pensamientos porque podría correr el riesgo de perder ya no solo  su  credibilidad, sino hasta su respiración y morir nueva vez por un síndrome de doble moral y consecuencialmente  de un paro respiratorio.