La ceguera en medio de la pandemia.

Por José Cabral

Los gobernantes dominicanos siempre se han apoyado en vender una percepción que no se corresponde con la verdad.

El transcurso de los días ha sido el mejor testimonio, porque cuando el periódico La República publicó un análisis en el que establecía que el país estaba a la cabeza del nivel de letalidad en Latinoamérica, fueron muchos los ataques de los que están en el entorno oficial.

Hubo gente, sobre todo comunicadores, que lanzaron rayos y centelles en contra de lo que destacaron este detalle.

Incluso, no son pocos los que dijeron que cuando se usaran en el país las pruebas rápidas el cuadro cambiaría, porque aumentaría la cantidad de contagiados y que en consecuencia cuando se hiciera el cálculo el cuadro sería otro.

Pues a varios días de que el ministerio de Salud Pública anunciara la llegada de las pruebas rápidas,  la tendencia en el país  ha sido la misma.

En el boletín de este viernes el ministerio de Salud Pública anunció que la cantidad de contagiados son 1,488  y que los fallecidos han llegado a  68, cuyas víctimas permiten reafirmar que la República Dominicana encabeza el nivel de letalidad en Latinoamérica.

Sin embargo, esa realidad no le quita mérito al esfuerzo que ha hecho el ministro de Salud Pública, Rafael Sánchez Cárdenas, quien ha sido visto dándolo todo para combatir la pandemia, porque definitivamente él no es culpable de un problema sistémico que genera la debilidad sanitaria del país.

Todo el mundo sabe que el que va a un hospital público en el país es como una especie de suicidio, porque no se trata sólo de un problema de falta de medicamentos, sino también del manejo caótico que se le ha dado a la administración y  a cada una de las enfermedades que se tratan en estos centros asistenciales.

De manera, que no puede ser una sorpresa para nadie que la República Dominicana no está preparada para una pandemia como la que golpea a la mayoría de los países del mundo.

No cabe, bajo ninguna circunstancia, tomar como ejemplo lo ocurrido en Italia y España, porque esos países europeos tienen sus propias particularidades, pero  nadie puede negar que cuentan con un sistema sanitario de muy buena calidad, independientemente de cualquier debilidad o deficiencia.

La realidad es que por todos los esfuerzos del mundo que haga   un funcionario no va a evitar   lo que es el resultado de una deficiencia que va a lo más profundo de los niveles de institucionalidad en el país, donde el Estado no constituye una garantía de una buena administración de los más graves problemas nacionales.

Tal vez los esfuerzos del personal médico y de enfermería ha impedido que el coronavirus nos haya dado mucho mas duro, pero las precariedades del sistema sanitario siempre se van a sobreponer.

En estos momentos lo correcto es  reconocer los errores y las debilidades institucionales y sanitarias y a partir de la experiencia que deja el Covid-19 darle solución a las mismas y de ese modo impactar positivamente  a la mayoría de los más pobres, de aquellos que no pueden pagar lo que sea en las clínicas privadas del país o del extranjero.

El golpe ya está dado y muy difícilmente podremos corregir algo que requiere de una alta planificación y de soluciones a futuro que sólo un Estado bien dotado, fuerte y consolidado puede aportar.