A ningún observador alerta le es ajeno el hecho cierto de un lento despertar de la clase media dominicana de su triste letargo político y una cierta hipnosis inexplicable.
Despertar éste que la coloca en medio de la calle, escenario privilegiado que ha decidido, en siglos, las históricas batallas de la acción y del cambio.
Durante años se planteaba qué era lo que se le estaba administrando a los dominicanos que no reaccionaban ante medidas que perjudicaban su vida entera.
Aquellos que sólo siguen el rastro de las limosnas que dejan caer las personalidades, olvidando sus responsabilidades éticas, olvidando que se deben a los demás y defendiendo lo espurio de la indolencia, se quedarán a orillas del vertiginoso devenir.
Nadie le pide a todo un pueblo, salvo que no esté bien de la cabeza, que se lance al abismo.
Ningún comandante ordenará a un ejército que se lance al mar a puro pulmón sin que se le rebelen.
Un ratón acorralado se parará en dos patas, si se ve inducido, contra toda otra alternativa, a enfrentar la amenaza a pulso de muerte.
Un pueblo que ve disminuir sus posibilidades de sobrevivencia por condiciones mezquinas creadas por quienes nunca creyó que serían sus verdugos saldrá a defenderse a viva voz.
Este despertar de la morfina discursiva de sus “líderes” rememora los años sesenta y setenta que tanta sangre vieron derramar sin condiciones inmediatas para trastocar lo que fundara, erizado de bayonetas, el autoritarismo planamente vigente.
No son estos tiempos de aguantes ilimitados y la gente, sobre todo los jóvenes de la airada clase media, seriamente amenazada de extinción, ha captado la idea de que se hace necesario plantear otros esquemas de comportamiento político que aspiren a la decencia en el hacer y en el proceder, más todavía que el predecir y el predicar.
Todavía de temprano para desmontar el rompecabezas en que se convertirán los acontecimientos del futuro inmediato.
El debate promete ser intenso sobre todo cuando comiencen a hacer sus efectos las hondas expansivas de la última reforma.
Más aún, cuando la gente vea, no sin frustración, que no se hizo justicia para nada respecto a sus reclamos más sentidos.
Sobre todo, que los paliativos, enemas edulcorantes de efecto efímero, no surtieron todo el efecto contrarrestante de las duras medidas que habrán de crear otro hoyo entonces en el bolsillo de la clase media y no sólo de ella sino de la mayoría exacta de la población.
UN APUNTE
Todavía los efectos de la reforma fiscal no se han dejado sentir con su fuerza centrífuga sobre el bolsillo de los dominicanos.