Aunque el asesinato del presidente Jovenel Moise, ha representado una proyección preocupante de la crisis institucional haitiana, el problema tiene raíces mucho mas profundas que no son tan fáciles de resolver.
La desaparición física del mandatario concreta la extinción total del Estado haitiano, porque ahora no hay legal ni legítimamente un poder ejecutivo, porque no existe el presidente y el primer ministro, que es el jefe del Gobierno, no cuenta con ningún apoyo institucional a partir de lo establecido en la Constitución.
Lo propio hay que decir de Poder Judicial, cuya Suprema Corte de Justicia está descabezada, ya que no hay un presidente de la misma y en tal virtud el Estado de la hermana nación está liquidado, está extinguido, lo cual quiere decir que nadie está autorizado para ejercer el control social mediante los mecanismos que crea la Carta Magna.
Este cuadro plantea un asunto bastante delicado, sobre todo a partir de la indiferencia mostrada por las naciones del primer mundo que se supone debieron encarar con seriedad el problema haitiano.
Todo lo que puede ocurrir a partir de la realidad planteada implica que el caos y el desorden pueden reinar en esta pobre nación, sin nadie que salga en su auxilio.
En estos momentos no hay nadie con la fuerza de la ley y de los mecanismos institucionales para dirigir los destinos del pueblo haitiano, por lo que cualquier medida trascendental puede ser anulada en el proceso.
Ante tal panorama sólo se impone insistir y hacer todos los preparativos para mantener la convocatoria de las elecciones para escoger el presidente y si es posible un nuevo parlamento para reencaminar el país por el restablecimiento del orden institucional, aunque sea mínimo, para detener cualquier intento por sumergir la nación en el total desorden.
La República Dominicana, aunque también está en condiciones de recibir ayuda para corregir una serie de problemas institucionales que la afectan, debe poner en las medidas de sus posibilidades su granito de arena en la crisis haitiana, porque se trata de un asunto que también es suyo en razón de que es una isla partida en dos y compartida con la nación más pobre del hemisferio.
No es el momento de profundizar los nacionalismos enfermizos para detener cualquier colaboración con el pueblo haitiano, porque la falta de visión en la presente circunstancia podría sumergir el país en problemas mucho más profundos de los que tiene en la actualidad.
La situación haitiana no permite demoras en la toma de decisiones y acciones que contribuyan a su estabilidad y a que tome el camino perdido de la institucionalidad, a fin de que toda la isla salga beneficiada.
Tomar el camino de la solidaridad y la participación en la solución del problema haitiano es también procurar el bienestar de los dominicanos, porque se trata de dos pueblos hermanos gemelos que cuando uno tiene gripe afecta necesariamente al otro.
Que nadie tenga dudas de eso.