Periodismo Interpretativo

La extraña condición de mulato

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Si bien es verdad que no hay razones para considerar “indio” a ningún dominicano, puesto que se trata, la asignación de este “linaje” étnico, a un error histórico cometido por el conquistador europeo de una región que no era La India sino tierra caribeña, tampoco es cierto que haya una raza “mulata”.

Esa es otra asignación absurda que no debería formularse en un  documento oficial como es la cédula de identidad y electoral.

Demás esta recordar que  a nivel de Naciones Unidas sólo se reconoce una raza, la humana.

Alguien, irónico, advirtió que sentirse mulato era una forma de sentir verguenza de ser negro.

¿Qué es un “mulato”? Un ser humano igual que cualquier otro, el producto de una “mezcla” que sólo debería interesar a sus progenitores o a los pescadores de tonos preferidos en un desfile de moda.

Esa es la “condición” que la Junta Central Electoral ha sometido a debate para su inclusión en el documento que identifica a los ciudadanos y ciudadanas dominicanos.

Pero la historia no es moda y no se puede trabajar para ella mostrando ciertas insustancialidades e imprecisiones que sólo funcionan a nivel de “comunidades”.

Lo de “mulatos” como la idea de que hay gente “trigueña,” por la pigmentación de su piel, no excede la virtualidad de la pura metáfora.

Sugiere asimismo, independientemente de que no parte de una suposición lógica y científica y mucho menos cultural, una evasión más de la condición negra que cada vez va siendo menos inquietante y más natural en el mundo.

El habla popular, que es válida en su informalidad y en sus preferencias comunicacionales, pero no es necesariamente lógica, como no lo es enteramente ningún lenguaje, ya que éstos prescinden de los ordenamientos matemáticos y racionales, se restringe  y hasta se resiente de  liberalidad cuando arriba a la estandarización del sentimiento histórico que debe primar en un documento formal.

No hay, no existe la “condición” racial “mulata” que distinga  a una persona de cualquier otra que no lo sea.

El organismo que rige la expedición de este documento, probablemente, si es suficiente la reflexión de lo que hace, crea un conflicto innecesario cuando expide un documento en el que una persona figura como “mulata”, un tono de piel que se desconoce en gran parte del mundo.

Cualquier país receptor de esa persona en su condición de visitante puede sentir, con razones suficientes, que algo hay de incierto o de falso, que hay una suplantación de identidad en un documento que consigna una “raza” mulata, restringida a estas islas que utilizan ese vocablo debido a una complejidad lingual implícita.

Esto del mulataje es como decir que una persona de color negro se averguenza de serlo.

A ello hay que adicionar que durante la tiranía nadie lo era.

Se era indio o blanco como expresión oficializada del rechazo a la negritud haitiana y de compromiso privilegiado con una hispanidad “cristiana” propia de la “civilización occidental”.

Nada es más absurdo y complejoso que una persona, rechazar, por razones de poder o de lo que sea,  su origen.

Eso era lo que hacía exactamente el tirano al negar sus vínculos directos con las raíces haitianas de sus abuelos e intentar arroparlos en una teatralidad cimbreante y hasta ruidosa.

Se trata de un complejo que se ha extendido visiblemente viniendo desde los siglos oscuros de la temporalidad.

Sólo se era “indio”, como una forma de rechazo a la condición de negro, como una antigualla heredada de la colonización que menospreciaba cualquier pigmentación de la piel que no fuese  blanca.

En tiempos recientes se ha descubierto que  la idea de razas “puras” navega en un mar de incertidumbre irresoluble cuya solución sólo se logra aceptando la diversidad de prácticas culturales independientemente del pigmento de cada quien.

El señor navegante que el mundo y la historia conocen como Cristóbal Colón y su gente agresiva nunca estuvieron en el océano Indico sino que vinieron al Caribe navegando el Atlántico.

La sarta de errores, salvo las atrocidades conocidas contra gente indefensa, es perdonable habida cuenta de la inexperiencia que había en aquellos días y del atraso en que se hallaba sumergida España en los días del “descubrimiento” lo que no impidió que el imperio español  se embarcara en una empresa que expandía sus “horizontes”.

Ahora no lo es que se sigan inventando razas para complicar aún más  el crisol racial en un mundo cada vez más integrado y cada vez menos interesado en los debates sobre esa temática, en el fondo insustancial y que va a devenir irrelevante

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