Siempre hemos dicho que la sociedad dominicana luce cansada y profundamente enferma, cuya realidad tiene mucho que ver con una conducta muy cuestionable de jueces, fiscales y otros miembros de la judicatura nacional.
El Ministerio Público es el mecanismo creado por el Estado para perseguir el crimen y para que las víctimas sean resarcidas como manda la ley, pero ya en la República Dominicana nadie cree en ese enunciado.
Los jueces y los fiscales responden a un entramado político y de corrupción que cada día el sistema de justicia pierde credibilidad y la gente, sobre todo la que procede de los estratos más bajos de la sociedad, han decidido inclinarse por la vía de hecho, por hacer justicia con sus propias manos.
La población percibe que los delincuentes, sobre todo los de cuellos blancos, reciben toda la protección de la justicia y que las grandes mayorías nacionales, que son la gran victima, principalmente por el robo del patrimonio público, se sientan totalmente decepcionadas del orden jurídico nacional.
Los tecnicismos legales, las sentencias amañadas y en consecuencia la denegación de justicia ha creado un ambiente muy peligroso en la República Dominicana, donde la impunidad campea por doquier, lo que lesiona peligrosamente lo que se ha dado en llamar la convivencia nacional, la cual sólo existe en la retórica política.
Son asombrosos los casos que ponen en entredicho la existencia de un régimen jurídico concebido para favorecer a los que tienen el privilegio de tener el control del Estado, ya que sus miembros, jueces y fiscales, son escogidos para preservar un sistema profundamente corrompido y que daña todo y a todos.
El caso Odebrecht es un gran reto para la justicia y todo el sistema político dominicano, porque la continuación de la impunidad constituye darle la mano a la violencia y la delincuencia generalizada que hoy arropa a la República Dominicana.
Y este caso ya ha comenzado mal y ojalá que tome otro curso para que no haya una frustración general en la República Dominicana y se desate una corriente de “sálvese quien pueda”, poniendo en peligro los intereses, principalmente, de los que tienen que perder.
La búsqueda irracional de esa mercancía llamada dinero ha llevado a la sociedad dominicana a unos niveles de corrompimiento que no son comparables con ninguna otra nación, por lo menos, de latinoamérica.
Analícelo profundamente y tome como herramienta la sociología política para que pueda llegar a una conclusión realista y certera del problema.
A Dios que nos coja confesaos frente a tan espantoso fenómeno.