Periodismo Interpretativo

La gente ha ido adquiriendo conciencia de su realidad social

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El caudillismo en su versión presidencialista vertical incontestable, es el caos aparente que organiza un esquema personalista anterior a cualquier expresión de desarrollo viable.

El país no se ha desprendido completamente de esa antigualla, que a estas alturas deviene indigerible.

Por esa razón se ve obligada la gente a sufrir los embates (y los embustes) de un autoritarismo malhechor que castra cualquier evolución política valuable capaz de refrescar la atmósfera turbia subyacente y evidente.

El proceso con reformas sociales capaces de ver en la gente a seres humanos que sufren y que mantienen alguna esperanza no se sostiene aún en un horizonte claro.

Y que  permita respirar una nueva concepción política no centrada en personalidades generalmente cuestionables como las que han gestionado a la nación en décadas.

Ese teatro de operaciones política a lo único que llama es a reproducir las crisis, aumentarlas y convertirlas en una peligrosa formación de volcánica política insostenible en el tiempo.

El proceso democrático se asume colectivamente para que las fuerzas sociales perciban avances ciertos y verificables, no para verse entrampada en el mismo lenguaje inorgánico de los “lideres” que prometen hasta el cielo sin lograr apenas nada, salvo nuevas imposiciones contra el pueblo que hace siempre de animal de carga.

El día que se decide por echar al suelo tanto peso lo tratan de revoltoso, sedicioso y de  conspirativo.

La espoleta de ese artefacto fragmentario-social se sostiene en el hecho cierto de que la gente no tiene necesariamente por qué morir en las calles para que sobrevivan sus verdugos siempre bien atrincherados en un confortable espacio intramuros o en una inalcanzable formación paradisíaca.

Sin embargo, hasta la simple rata que se ve atestada contra la pared por un enemigo superior, a último momento se juega la vida parada en dos patas.

Una persona puede ser masoquista por adopción morbosa y para toda la vida.

Pueblos enteros, no.

El país ya no adora caudillos, no se atemoriza fácilmente con el instrumental del poder, no es tan inmaduro como lo sienten los expertos ni se va a dejar cazar como una presa dada a la fuga.

El esquema de gobierno irresponsable apenas ha cambiado en décadas pero la gente sí está cambiando y adquiriendo conciencia.

Esa realidad se puede observar en la asunción masiva del 4 por ciento para la educación (movimiento que se convirtió en un plebiscito sin precedentes en la historia del País), en las campañas ambientalistas, en la oposición resuelta a la reforma fiscal que es vista como el pago por gastos en que no incurrió necesariamente el país sino un Grupo privilegiado que fue electo para otros fines muy diferentes a los que Asumió finalmente el bloque en el poder.

El caudillismo como expresión conservadora es en estos momentos anti histórica, un expediente vacío, una carencia, una fuerza basada en el simple reparto de utilidades y un expediente político peligroso para la gobernabilidad y para el futuro mediato e inmediato de la sociedad dominicana.

 

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