Periodismo Interpretativo

La hipnosis del poder

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El poder tiene un profundo efecto amnésico que sólo los más enterados y controlados llegan a comprender. Y no totalmente.

     Los magos, por ejemplo, no están obligados a saber qué es la magia en su sentido más sensible y primordial.

     Pero sí deben tener nociones suficientes de sus efectos.

     Olvidar puede ser una cuestión seria. Recuérdese, una vez más, que todo lo que se hace e incluso lo que se deja de hacer, tiene consecuencias.

     Tener esa debilidad, en el poder, puede llegar a ser fatal.

     Hay rencores y resquemores que el tiempo no llega a apagar definitivamente.

     Y hay glorias  envidias. Puesto que es una pasión y es corrosiva, la envidia raramente es pasiva.

     El mundo de máscaras y caretas formidables que es, por ejemplo, la política enmascara casi siempre sus intenciones de cualquier cosa que parezca sana.

     En la política del poder hay- que- ver- los- actos, no las protestas de buenas intenciones.

     El ser humano es un pequeño dios que al menor guiño del poder enloquece o, peor aún, se hace el loco.

     El poder enferma y es curativo (se dice y, parece cierto, que el aspecto físico del Doctor mejoraba notablemente cuando volvía a ese lugar de sacrificio, a ese santuario de la verdad y de la mentira).

               MULTIVALENCIAS

     El poder libera y esclaviza, disminuye y crece.

     Se cansa pero puede reentrenar sus músculos y volver desde las ocres cenizas.

     Es un bálsamo y una anestesia pero como tiene efectos secundarios, provoca hábitos que pueden resultar decididamente peligrosos.

     No es el poder una cuestión personal pero no es impersonal.

     No se le puede sostener como se sostiene un capuchín. Porque entre sus instrumentos de trabajo cruzan por su mediodía los seres humanos.

     Cuando Kan-cuenta una historia en el libro Las 48 Leyes del Poder, una enciclopedia de la perversidad y el pragmatismo que acompañan al poder- tomó la ciudad de Kaifeng, al cabo de un largo sitio, y decidió masacrar a todos sus habitantes, como lo había hecho en otras ciudades que habían intentado resistirse, Ch’u-Ts’ai le dijo que los mejores artesanos e ingenieros de China se habían refugiado en Kaifeng y que le valdría más aprovechar sus habilidades. Kan perdonó a la ciudad y sus habitantes.

     Nunca antes había demostrado Gengis Kan tanta piedad, pero no fue piedad lo que salvó a Kaifeng. Ch’u-Ts’-ai conocía muy bien a Kan.Era un campesino bárbaro a quien no le importaba la cultura ni ninguna otra cosa que no fuese la guerra y los resultados prácticos.

     Ch’-u-Ts’ai decidió apelar a la única emoción que podría conmover a un hombre como aquél: la codicia, advierte el autor de Las 48 Leyes.

     Esta especie humana es única no porque haya tenido el mejor comportamiento sobre el planeta sino porque sí.

     Es un poliedro conformado por la inquietud, el movimiento, la pasión y el desgarramiento, las glorias que cree tener y las que se imagina o inventa.

     Los temores, la incertidumbre, el dolor de «no saber a dónde vamos ni de dónde venimos», según canta Darío en unos versos famosos.

     El poder incuba la lealtad y la traición, la desventura y la suerte…y en ocasiones, la aviesa muerte.

     Por esas aristas decisivas que él tiene, por esas particularidades suyas, el poder tiende a integrar pero también a producir quiebras y rupturas.

     Quiebras y rupturas que se convierten en un instrumento de la curiosidad humana, del morbo universal, que se traducirá en historia, en contabilidad espiritual, en memorial.

     Una de las prácticas más sanas y productivas que podrían ejercer en bien de la humanidad los seres más poderosos del mundo sería la de darse una vuelta ocasional por los observatorios astronómicos.

     Una vez colocados ante uno de esos aparatos, que están entre los más maravillosos que se hayan construido jamás,(a medida que amplían lo observado disminuyen al observador-o dejan esa triste sensación-) podrán no sólo ver algunas de las maravillas del universo, sino que les colocará en el justo lugar, en una tierra tan pequeña e irrelevante, que a lo mejor les impida sentirse con frecuencia tentados a colocarla en peligro de muerte.

 

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