Periodismo Interpretativo

La identidad del sueño

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El sueño tiene una identidad.

Los pueblos sueñan, sueñan los hombres.

El sueño es diverso y es unánime.

            Es, quizás, el espejo de la libertad, el teatro oculto de la vida, su más íntima visión, libre de dudas y de conjeturas.

            Soñar es tener fe.

Cada sueño es una identidad, un ejercicio de libertad, de diversidad.

Es como la música, universal y diversa.

Soñar es rememorar y es olvidar.

Pero tendemos a creer que se trata de un juego de la mente en reposo.

        Que no hay que tomar en serio el prodigio de la mente haciendo flotar imágenes de nuestras esperanzas y frustraciones.

            Soy el archipiélago de mis dudas y el loto sereno de mis sueños.

Somos póstumos cuando dejamos de crecer.

      Entonces ya ni somos. Nuestra dimensión es otra, opuesta y quizás insegura.

            Dejar de creer es dejar de crecer.

El no crecimiento es putrefacción y muerte.

Es la negación de una ley, casi un imposible.

          Hay unos señores en La India, unos sectarios, los Sadhus, de los que se reiría cualquier occidental no muy bien informado si los viera en persona cómo andan por ahí completamente desnudos.

            Los tomarían por locos insalvables.

        Estos sadhus practican una forma radical de desprendimiento personal hasta el límite de no usar siquiera un lienzo inservible que alguien haya tirado a la basura.

                                   NADA Y NADA

            No quieren nada que pudiera perturbar su espiritualidad, su búsqueda de la verdad, de la iluminación.

            Cualquier interés, cualquier apego perturbaría su elevada resolución.

          Se tiñen de ceniza para  no atraer. Pero su presencia no es repulsiva, no provoca rechazo, pues se trata de seres de una mansedumbre total.

            No necesitan defenderse de quienes no les van a agredir a través de la befa, la provocación, las cruces, los sermones.

            Por ello no tienen hogar, no tienen nada, ni siquiera la manera de comer y piden limosna sólo para mantenerse vivos y como un alto honor, no como vemos por aquí ese ejercicio, como detestable humillación.

            Como se mueven en la tolerancia, como la gente que les conoce les comprende en la frecuentemente tolerante India, nadie los lastima y entiende perfectamente su heroica misión, profunda, gigantesca, apenas conocida.

            La diferencia con la selva  que sabemos, saturada de caníbales sin límites, obsesa de poder, es sencillamente desproporcionada.

            Y mientras, se vale soñar. La noche es un mar que sucede.

            Los dioses de la maldad y de la mentira quieren derribar el árbol de la convivencia.

            Espectro de la mentira, ansían el naufragio de la decencia.

Les hormiguea en el alma esa voluntad.

Hay que soñar, hay que decir, hay que creer.

Y hay que dudar.

NO DETENERSE

Lo imperdonable es detenerse.

O mirar hacia atrás, donde los cuervos  deshacen el cadáver de la noche.

El ayer no es la mentira ni la verdad.

Es o fue y nada más.

Ahora puede ser nomás una luz lejana, un indefinido rayo de nada.

Somos parodia de un pretérito de humo  del futuro inédito.

Somos el espectáculo patético que mañana será ceniza del olvido.

            Tal vez somos meros escombros de una realidad superior que no se halla a nuestro alcance.

        Que se mueve en una dimensión desconocida, al alcance de una cifra mínima de seres realizados.

            El vasto tesoro de la vida es, todavía, conocerse a sí mismos, aunque sea razonablemente poco.

 

 

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