República Dominicana habla de la crisis integral que le afecta con una secuela de antivalores y de violencia.

Por Elba García

En los últimos días el país ha sido estremecido por una ola violencia que habla de la crisis que impacta a la sociedad dominicana, donde la avaricia y la codicia juegan un papel de primer orden, la cual se traduce en un nivel de violencia que preocupa a todos los sectores que conforman la vida nacional.

Son numerosos los casos que dejan ver claramente hasta dónde la gente por diez pesos no tiene ninguna piedad para quitarle la vida a un ser querido, cuyo fenómeno se expresa en el país con una serie de hechos que han generado que hermanos maten a sus hermanos por pequeñas herencias.

Este fenómeno parece multiplicarse en el país como resultado de los antivalores que les venden a los dominicanos, pero igual ocurre con las constantes violaciones sexuales que se producen contra niños y adolescentes.

Los más recientes, revestidos de perfiles aberrantes de violencia, fueron los casos de la joven adolescente Esmeralda Richiez de la zona de Higüey, así como la muerte a tiros del menor Donaly Martínez por parte de un agente de la policía, cuyo desenlace fue el producto de una lucha cuerpo a cuerpo entre el uniformado y el padre de la víctima, lo que también revela la crisis de autoridad que afecta a la República Dominicana.

A estos casos habría que sumarle lo ocurrido en el día a día a través de los feminicidios y la delincuencia común que prácticamente arropa a todo el territorio nacional, pero que la violencia se puede observar en el diario discurrir con las actitudes descomedidas de conductores de vehículos públicos y privados.

Las crisis de autoridad, económica y política son sólo algunos de los casos que retratan de cuerpo entero una situación que tiene connotaciones integrales y transversales a todo el tejido social dominicano.

Lo preocupante de todos estos hechos es que la gente ya los ve como algo normal y propio de la dinámica social, pese a que en realidad se trata de aberraciones que ponen en peligro la integridad moral de la sociedad.

Entre los hechos alarmantes en esta materia está la muerte  de los señores Janser Antonio de León García y Leo Jonás de León García, hermanos de padre y madre, así como el asesinato de un exgeneral José Teófilo Pérez Peralta (Shulindo), en un pueblo de Dajabón como resultado de una confrontación familiar por la herencia de unas tierras, pero que igual destino corrió hace algún tiempo otro hermano del que fuera un alto oficial del Ejército Nacional.

El fenómeno se extiende a los más lejanos y recónditos lugares del territorio nacional, incluidas comunidades rurales, donde antes la vida en familia era un detalle muy importante en el marco del afecto filial.

Es una violencia que tiene ribetes muy preocupantes y en consecuencia es una especie de testimonio de que tanto ésta afecta la sociedad dominicana por este tipo de comportamiento, el cual generalmente está explicado por el interés pecuniarios de sus protagonistas.

Un detalle que llama también a la atención es que las autoridades nacionales no ponen ningún empeño para contrarrestar el mal con políticas públicas que promuevan el restablecimiento de valores, lo cual responde el hecho de que la sociedad dominicana está preñada de falta de planes y de improvisaciones que no garantiza un cambio sustancial en esta materia.