Haití fue la primera nación en eliminar la esclavitud en el mundo y la segunda en lograr su independencia en América.
Fue una nación rica con muy buen dotados ingenios que la convirtieron en la principal exportadora de azúcar y miel hacia mercados tan importantes como el de los Estados Unidos y Europa.
Pero toda esa infraestructura se fue a pique porque se prefirió sacrificar la economía de la hoy empobrecida nación para erradicar la odiosa esclavización.
Hoy Haití prácticamente no se puede valer por si misma y tiene que acudir a la comunidad internacional para buscar, sino la panacea, por lo menos un paliativo a su grave enfermedad o profundas deficiencias.
El asesinato del presidente Jovenel Moise ha permitido que salga a la superficie una crisis institucional que pone en peligro lo poco que le queda a ese heroíco pueblo.
La experiencia haitiana no puede ser analizada como la ocurrencia de cualquier cosa, mucho menos soslayar que en la República Dominicana se trilla el mismo sendero, aunque por ahora, podría decirse, con marcadas diferencias.
La principal diferencia en lo que respecta a la funcionabilidad del Estado en ambas naciones, es que mientras en Haití no existen de hecho, aunque si de derecho, las instancias que se da cualquier nación para controlar su territorio y la misma población sobre la base de una serie de normativas tanto objetivas como subjetivas, en el caso de la República Dominicana el problema es que los órganos y entes estatales existen y aparentemente funcionan, pero contaminados y distorsionados por la politiquería y los intereses de grupos económicos que no tienen ninguna conciencia de su papel como clases sociales.
De manera, que mientras en la parte de Haití no existen de hecho las instituciones, por lo que el control social se hace prácticamente imposible, en la otra mitad de la isla se conservan con un mínimo nivel de credibilidad, pero con el riesgo de perderla totalmente por la profundización de los factores que le quita confiabilidad y que en consecuencia por esta causa se dan hechos que constituyen un serio cuestionamiento a la institucionalidad y en su momento podría lesionar incluso la legitimidad.
De continuar el curso que lleva la República Dominicana podría no estar muy lejos de la conversión en otro Haití, donde todo ha sido arrasado como el medio ambiente y los recursos naturales y además la fuerza de voluntad de su gente para salir a un buen camino.
No se puede permitir que llegue lo peor y se impone que todos y cada uno de los dominicanos ponga su granito de arena para evitar que el país sea arropado por fenómenos como la falta de institucionalidad y de legitimidad que ponga en peligro la gobernabilidad, porque entonces prevalecería el caos y el desorden jerarquizado.
Ojos pelaos