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Editorial

Los Jueces y sus Demandas

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Hemos observado una serie de protestas de los jueces de la República Dominicana en contra de la suspensión sin disfrute de sueldos y para que se les permita tener mayor independencia en el desempeño de sus funciones.

Es importante establecer que en el país hay un exceso en el margen que debe desempeñar su papel el juez, porque todo el mundo sabe que el gran problema de la Justicia es que está tan dañada que ha puesto en peligro el estado de derecho.

Hay un asunto que nunca deberá dejar de ser así, como lo es la íntima convicción de un juez, pero ese es un privilegio que le permite a cualquier magistrado hacer lo que hoy se produce en este importante poder del Estado, libertar a criminales, corruptos y narcotraficantes.

El peligro que implica esa conducta de muchos jueces y de otros auxiliares de la justicia, así como del propio Ministerio Público, deja a la mayoría de la gente desamparada y a merced del capricho y los intereses de muchos jueces que no debían ocupar esas posiciones.

De manera, que querer quitarle al Consejo del Poder Judicial la facultad de enjuiciar las acciones de los jueces es un contrasentido, un gran disparate, cuando debía ser todo lo contrario, es decir, que el Consejo del Poder Judicial aumente los controles para evitar que muchos magistrados trabajen al servicio del bajo mundo.

En la República Dominicana las cosas llegan hasta un nivel que nadie entiende, porque cómo los jueces del país pueden pedir que no sean investigados y que las autoridades competentes, que en su caso lo es el Consejo del Poder Judicial, no establezcan mecanismos para sancionar a estos funcionarios públicos cuya función termina, en muchos casos, a favor del mejor postor.

La sociedad dominicana debe convertirse en un dique de contención a favor de sus propios intereses y detener mediante el procedimiento que sea necesario las pretensiones de los jueces de conservar o aumentar el extraordinario poder con que cuentan para de esa manera continuar con su comportamiento como si se tratara de emperadores que se consideran por encima del bien y el mal.

A los que menos les luce montar protestas para evitar su fiscalización y sanción es a los propios jueces, porque representan un poder del Estado que su mal comportamiento y su complicidad con el bajo mundo puede convertir a la República Dominicana en una narco sociedad, donde los que tienen que velar por su salud social y moral se convierten en cómplices de lo mal hecho.

Los ciudadanos dominicanos deben poner presión para que el Consejo del Poder Judicial mantenga sus controles, y más que eso, las sanciones, como la suspensión sin disfrute de sueldos de aquellos magistrados que se sospeche que emiten sentencias por encargo de gente del bajo mundo.

Que se sepa que el chantaje de los jueces y sus protestas callejeras son inaceptables, irracionales y fuera de toda lógica, porque en cualquier sociedad que se respete los controles de los funcionarios públicos son mucho más rigurosos de los establecidos en el país, donde prácticamente todo anda manga por hombro.

Son muchas las tentaciones que se mueven alrededor de los jueces para que emitan sentencias en favor de poderosos intereses económicos y de personas vinculadas a lo peor que puede producirse en cualquier sociedad, lo cual demanda de mecanismos de control lo suficientemente eficientes y severos.

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Editorial

Un año nuevo que llega lleno de preocupaciones.

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El discurrir nacional constituye una repetición de los problemas que arrastra el país desde antes de su nacimiento como república.

Nos asaltan las mismas deficiencias de hace por lo menos medio siglo, falta de un servicio de agua potable eficiente y lo propio hay que decir de la energía eléctrica, pese a que van y vienen préstamos que comprometen la capacidad crediticia per cápita de los dominicanos.

Este fenómeno tiene el agravante de que hace entrada un año que es la antesala de un proceso electoral que, si bien es para escoger a las autoridades nacionales, es una vía también para medir el desempeño de la democracia, la cual luce muy resquebrajada y débil.

El comportamiento ciudadano deja más preguntas que respuestas frente a un panorama tétrica, porque se observan muchos problemas tanto en el gobernante como en el gobernado.

De lo que si se puede estar seguro es que queda muy poco margen para evitar que la democracia entre en una crisis de proporciones insospechadas, dado que no es mucha la posibilidad para contrarrestarla, la cual se podría profundizar en un sistema sin ninguna credibilidad.

El soporte de la democracia nacional cada día sufre un mayor deterioro como consecuencia de que su herramienta principal, que no es otra que los partidos políticos, se mueve sobre la base de repetir una conducta desde el poder de lo mismo que se han pasado criticando a su contrincante cuando están en el gobierno.

Un buen ejemplo al respecto es PRM que fue un crítico en contra del PLD y ahora tras su llegada al control de la cosa publica repite la misma conducta de los morados.

Ello es así, por ejemplo,  en política exterior y endeudamiento público, así como en corrupción, que no forma de saber cuál es peor, pero lo propio hay que decir de Leonel Fernández y su llamada Fuerza del Pueblo.

Sin embargo, se advierte que a pesar del descredito de todos los partidos políticos, todavía no ha surgido en el escenario nacional ninguna propuesta que garantice una mejora del deterioro de la credibilidad de la llamada democracia representativa.

En lo que respecta al año que prácticamente hace su entrada, hay que decir, que si en los primeros seis meses del 2026 en el país no surge una propuesta innovadora, entraríamos en una curva de un retroceso peligroso para la democracia, porque se trata de un enfermo que podría resultar difícil, sino imposible, su sanación.

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Editorial

La solemnidad de una justicia con pies de barro.

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La promoción de la vía de hecho por la ineficacia de la justicia nacional, son muy pocos los quieren verla, unos por su baja formación y su pensamiento no profundo y otros porque son parte del mal.

Pero lo cierto es que el fenómeno constituye un problema de una magnitud insospechada y de una peligrosidad que amenaza las propias entrañas de la fallida democracia nacional.

El asunto no parece tener una solución fácil en razón de que tiene un componente profundamente político y cultural.

Los debilidad y la vocación de violar la ley suprema y las adjetivas de la noción puede echarlo todo a perder, sobre todo porque no se trata de un mal a nivel de una sola instancia publica, sino de todo el tejido social e institucional.

El nivel de la problemática del sistema de justicia nacional se podría convertir en una falta que también comprometa la responsabilidad civil y penal del Estado porque se trata de la violación de derechos humanos fundamentales protegidos por el derecho internacional,

Son múltiples y variadas las violaciones de los derechos fundamentales en que incurren los tribunales nacionales a través del no respeto de los plazos razonables y en consecuencia de la tutela judicial efectiva, el debido proceso y el derecho a la defensa.

Otros principios constitucionales violados por los actores del sistema de justicia son el de celeridad, economía procesal y el de analogía, así como el del juez natural y el de estatuir ante pruebas aportadas por las partes,

En realidad se trata de un asunto de una dimensión inmedible, cuya solución no parece tan simple y sencilla.

Ahora mismo puede decirse  con toda seguridad que la ineficacia y contaminación politiquera del sistema de justicia produce en la nación un efecto que lo daña todo, absolutamente todo.

Es un verdadero cáncer que impacta todo el cuerpo social de la Republica Dominicana

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Editorial

Un problema que no se ve a simple vista.

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La educación superior dominicana, que como bien se establece en el reportaje que aparece en la sección “De Portada” de este diario, implica un problema que debe motivar profundas reflexiones para que el país se avoque a pasar de la deficiencia a la calidad de la enseñanza universitaria.

Pero este es un asunto que sólo puede solucionarlo el Estado, el cual no está en capacidad de dar los pasos para que al cabo de algunos años el cuadro pueda dar un giro positivo.

La tendencia entre los dominicanos es sólo ver lo que está frente a ellos, sobre todo en materia de educación universitaria, pero no hay forma de llevar su mirada crítica a lo que requiere de un esfuerzo más profundo y exhaustivo.

El gran problema de la educación superior del país es que no sólo la situación depende de la negligencia y la deficiencia del Estado, sino que además que no se cuenta con una cultura para crear un cuerpo profesoral preparado para impartir docencia a nivel universitario, aunque, naturalmente, una cosa depende de la otra.

De manera, que los resultados no pueden ser peores, cuyos egresados, penosamente, terminan su carrera con una formación tan precaria que en la práctica son analfabetos funcionales.

Lo peligroso del fenómeno es que la sociedad está frente a médicos que puedan matar al paciente, ingeniero civil que construya una obra que puede caerle en la cabeza en cualquier momento a sus propietarios y un abogado que no puede asesorar idóneamente a su clientes y en consecuencia poner en peligro, por su poca formación, la tutela judicial efectivo, el debido proceso y el derecho a la defensa.

De manera, que el asunto no es como se puede ver a simple vista, sino que se trata de una deficiencia que aparte de hablar muy mal de toda la sociedad, amenaza la seguridad nacional, todo como resultado de un problema integral que impacta a todo el Estado.

Lo grave del problema es que no se ven soluciones fáciles en el camino, porque además la explicación de una educación superior fundamentada más en el negocio vulgar que en un plan nacional para lograr los índices de desarrollo del mundo competitivo de hoy, es parte de una cultura nacional y de un neoliberalismo salvaje que se lleva de paso todo lo bueno.

La realidad es que no es posible poner en orden las universidades nacionales, ya que en el país todo está contaminado con la politiquería, de arriba hacia abajo y lo contrario, de abajo hacia arriba.

Se impone entonces la siguiente pregunta: ¿Quién nos sacará del tremendo tollo de la educación superior nacional, aunque la respuesta más realista es que no hay una respuesta convincente y que satisfaga.

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