Asociaciones y agentes municipales alertan de las faltas de respeto que sufren trabajadores y familiares de personas con autismo por parte de vecinos que creen que incumplen el confinamiento
Madrid.– Cuando Victoria Vivancos salió el domingo a por el pan, volvió llorando. En el recorrido de apenas 20 minutos, varios vecinos de los edificios por donde transitaba salieron a sus balcones a increparla: “¡Estás loca!” “¡Dejad de pasear como si nada!”. Vivancos y su hijo Pablo, de 22 años, autista y enfermo de Phelan McDermid —síndrome caracterizado por un retraso en el desarrollo y el habla— eran los dos únicos transeúntes de una de las avenidas de Murcia. El acompañamiento y asistencia de personas con discapacidad o dependientes es una de las excepciones que se añadieron al real decreto del estado de alarma el pasado 17 de marzo. A pesar de ello, los casos de acoso desde las ventanas son cada vez más frecuentes, algo que también sufren el personal sanitario y otros trabajadores. “Yo entiendo que la gente esté preocupada, pero te aseguro que no bajo con mi hijo por capricho. La ley me permite salir con mi hijo porque me necesita”, explica esta mujer de 52 años.
Durante estos días de confinamiento, además de familiares de personas dependientes, médicos, enfermeras, técnicos de laboratorio, cajeras de supermercado, y hasta personal del servicio de limpieza, que no tienen otra opción que seguir asistiendo a sus puestos de trabajo, han mostrado su enfado en Twitter por esta “policía de balcón” que se toma la justicia por su mano. En algunos casos, además de sufrir insultos, les han arrojado huevos o escupitajos.
Algunos cuerpos de policía municipal y colectivos de personas con discapacidad o dependientes han alertado de ello en sus redes sociales. La Policía Local de Pinto (Madrid) recuerda que los niños con autismo y otros trastornos de conducta “pueden salir a la calle” y pide a los vecinos que “antes de faltar el respeto a nadie”, se pongan en contacto con ellos para comprobarlo. Asimismo, instan a los cuidadores a vestir un chaleco fluorescente durante los paseos. Otras entidades animan a llevar atado un lazo azul en un brazo. Una recomendación que familiares como Vivancos rechazan frontalmente. “Bastante estigmatizados estamos como para tener que ir marcada”, critica. “Los vecinos no tienen autoridad para hacer de justicieros”.
Laura, sin embargo, sí ha optado por salir a la calle con el uniforme del Carrefour en el que trabaja. El sábado tuvo el primer incidente con una de sus vecinas, en pleno centro de Zaragoza. Salió de su casa a las seis y media de la mañana y de camino al coche, una mujer le gritó desde su balcón: “¡Vuelve a casa, que no tienes vergüenza!”. Ella se destapó la chaqueta para mostrarle el uniforme y le dijo que se metiera en sus asuntos.
“Mi marido y yo trabajamos en hipermercados y tenemos que seguir trabajando todos los días. Luego bien que salen a aplaudir a las 20.00. Preferiría que no nos insultaran”, critica. María también es dependienta en un Alcampo City de Burgos y dice ser “ya indiferente” a los gritos. “Acabo tan mal y cansada cada día que me da igual”, añade esta joven de 22 años.
A Cristina le sorprendió un escupitajo. Volvía de haber estado trabajando ocho horas en un hospital de Lugo (Galicia) como técnico de laboratorio. Pensó que no iba dirigido a ella hasta que le chillaron: “¡Eh, tú, vete a tu puta casa! ¡Que vas a contagiar a alguien, subnormal!”. Intentó explicarle que volvía del trabajo y la respuesta de la vecina fue parecida: “¡A mí no me cuentes tu vida!”. Y un segundo escupitajo. “Me sentí más confusa y sorprendida que otra cosa”, cuenta esta mujer de 35 años. “Luego empecé a buscar motivos para excusar la conducta de la mujer. Que igual no está bien, que estamos todos muy frustrados… Lo que menos quería, por mi propia salud mental, era encararme y acabar teniendo una experiencia aún peor”.
Estas conductas se pueden deber a una “mala gestión de las emociones”, según Laura García García, psicóloga y coach, especializada en adolescentes y adultos. La experta no descarta que la intención detrás de estas actitudes de rabia y crispación sea positiva. “Lo que todos quieren es aportar y ayudar. Pero ese miedo por el que está pasando la sociedad ante un escenario tan difícil, se está expresando de una manera tóxica”. La especialista recomienda que cada cual se centre en sus propios actos: “No somos quien para juzgar la situación de otros. Hay que ser empáticos y más en esta situación extrema”, añade.