Son muy audaces los que se atreven a defender al sistema de partidos de la República Dominicana.
Naturalmente, tampoco se puede desvincular una cosa de otra, es decir, que los partidos políticos son una expresión de una sociedad con males de fondo, que están asociados a la formación del hombre y la mujer dominicanos.
Cualquiera pudiera decir que la sociedad dominicana tiene los partidos que se merece, dado que el votante se comporta de una manera que no se diferencia en mucho de los bellacos que entran al campo político para satisfacer apetencias y aspiraciones muy personales.
Pero esa conducta no tiene otra explicación que no sea que el propio ciudadano estimula lo mal hecho, lo exalta, lo destaca y lo admira.
En el país hay una expresión muy famosa que dice si quiere ser rico métete a político, narcotraficante o trata de llegar a ser pelotero.
La última de ellas está determinada por un talento que no constituye una opción, porque no todo el mundo tiene las condiciones para convertirse en un pelotero de las Grandes Ligas que es donde se paga mucho dinero.
Pero las dos primeras requieren de quienes las escojan tener un descaro y una falta de escrúpulo que habría que estar preparado para semejante desvergüenza.
Naturalmente, son muchos los que entran a ese mundo, pero los que alcanzan a tener alguna participación en el manejo del Estado, llegan con tanta hambre de dinero y poder que regularmente se extralimitan.
Eso es exactamente lo que ha pasado con todos los que están involucrados en los escandalosos casos de corrupción que se ventilan en los últimos días en los medios de comunicación social.
Este baño de corrupción que se da la República Dominicana, aunque lleno de optimismo, porque se ve que las cosas pueden cambiar, dota a la gente también de mucho pesimismo, porque uno se pregunta y todavía hay más?
Es un drama muy feo de ver, tan feo de ver que cualquiera pudiera pensar que todo está perdido y que es muy poco lo que se puede hacer por el alcance del fenómeno.
Sin embargo, hay que llenarse de valentía y positividad y apostar a que a pesar de la magnitud de la desgracia, porque realmente se trata de una gran desgracia, se saldrá a un buen camino.
Se debe apostar de que habrá luz al final del túnel.