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Muere Mario Vargas Llosa, gigante de las letras universales

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El escritor hispano peruano, premio Nobel de Literatura en 2010, fue autor de obras maestras como ‘Conversación en La Catedral’. Ha fallecido en Lima a los 89 años

Madrid.-El novelista peruano Mario Vargas Llosa ha fallecido este domingo en Lima, según han informado sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana en un comunicado en el que no se daban más detalles sobre la enfermedad grave que padecía desde 2019. Nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936, el premio Nobel de literatura de 2010 acababa de cumplir los 89 años. Autor de obras fundamentales como Conversación en La Catedral, La ciudad y los perros o La fiesta del Chivo, fue uno de los escritores más importantes de la literatura contemporánea en cualquier lengua. Novelista, ensayista, polemista, articulista y académico, Vargas Llosa pasará a la historia como un extraordinario narrador y un influyente intelectual a la antigua usanza, es decir, anterior a las redes sociales.

Mario Vargas Llosa, durante una entrevista con EL PAÍS en septiembre de 1982.

Fue su compromiso político conservador el invocado durante años para explicar la tardanza en recibir un galardón para el que parecía predestinado: el Premio Nobel de Literatura. En 2010, justo cuando había desaparecido de las apuestas, la Academia Sueca lo despertó de madrugada en Nueva York —era profesor invitado en Princeton— para anunciarle que por fin se le había concedido la medalla más codiciada de las letras universales. ¿La razón? “Por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Tenía 74 años y acababa de mandar a la imprenta una novela sobre el colonialismo salvaje asociado a la explotación del caucho: El sueño del celta.

Desde que debutó con 23 años con un volumen de cuentos —Los jefes (1959)—, no había dejado de escribir y publicar. Sin embargo, para encontrar una de sus grandes obras de ficción en el momento del Nobel había que remontarse una década atrás, hasta La fiesta del Chivo (2000). En cierto modo, aquella novela basada en hechos reales sobre la tiranía del dominicano Rafael Leónidas Trujillo era su tardía contribución a la oficiosa conjura de los autores latinoamericanos para retratar las dictaduras del subcontinente. Gabriel García Márquez (El otoño del patriarca), Miguel Ángel Asturias (El señor presidente) o Augusto Roa Bastos (Yo, el Supremo) le precedieron en la tarea.

Vargas Llosa fue parte fundamental del estallido global —el famoso boom— de la literatura latinoamericana desde que en 1963, siendo apenas un veinteañero, ganó con La ciudad y los perros otro premio, el Biblioteca Breve, convocado por la editorial barcelonesa Seix Barral. La inspiración le llegó desde su propio pasado: la adolescencia en el Colegio Militar Leoncio Prado de Lima, un sórdido lugar en el que lo internó su padre para sacarlo de la mansa órbita de la familia materna.

De hecho, la reaparición de su colérico progenitor, al que durante años creyó muerto, supuso el traumático fin de una plácida infancia transcurrida en Cochabamba (Bolivia) y en Piura, en el norte del Perú. No en vano, fue el momento de la resurrección paterna el elegido por el escritor para abrir sus memorias, El pez en el agua. Las publicó en 1993, tres años después de que Alberto Fujimori lo derrotase en las elecciones presidenciales. Aquella frustración política ocupa los capítulos pares de un largo relato que se completa en los impares con la educación literaria y sentimental del autor: desde que en 1957 viaja a París por primera vez gracias a un concurso de cuentos hasta el día en que acude a una perrera para rescatar al Batuque, un “chucho” que le habían regalado. Allí contempló una escena de brutalidad contra los animales de la que tuvo que recuperarse en el primer “cafetucho” que encontró: La Catedral. En 1969, ese episodio abriría Conversación en La Catedral, cuyo arranque entró instantáneamente a formar parte de la historia de la literatura: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

Vargas Llosa, en su domicilio de Madrid, en 2006.

Esa novela fue la primera que redactó como escritor profesional gracias a una figura decisiva en su carrera literaria: Carmen Balcells. Instalados en Londres desde 1966, el novelista y su familia vivían con lo justo gracias a las clases de literatura que él impartía en el Queen Mary College cuando la agente literaria le ofreció un sueldo a cuenta de los derechos de aquella obra maestra en marcha. Con una condición: que se instalase en Barcelona y se dedicara exclusivamente a escribir. Fue lo que hizo entre 1970 y 1974, periodo en el que coincidió en la capital catalana con otro futuro Nobel, García Márquez, sobre el que escribió un estudio de referencia —Historia de un deicidio— y al que le unió una estrecha amistad que acabó rota por un episodio sin aclarar que terminó con Vargas Llosa poniendo un ojo morado a su colega.

Lima, Madrid, París, Londres y Barcelona forman la cartografía vital de un hombre al que le iba como un guante la etiqueta de escritor universal. Bebió de todas las fuentes y participó en todos los debates. Si su maestro literario fue Flaubert —del que aprendió que adonde no llega el talento llega el esfuerzo—, su primer referente ideológico fue Jean-Paul Sartre. Con el tiempo bromearía con su apodo de juventud —el sartrecillo valiente—, pero durante años creyó ciegamente en el compromiso del escritor a la manera teorizada por el filósofo francés. La muerte ha truncado su último proyecto literario: un ensayo sobre su obra.

En 1971, a raíz del caso Padilla, rompió con la revolución cubana —otro de sus fervores— y con el comunismo. A partir de entonces sus influencias soplaron desde la orilla opuesta: un liberalismo político forjado por pensadores como Karl Popper, Isaiah Berlin o Raymond Aron que en lo económico se tradujo en el neoliberalismo de Margaret Thatcher, cabeza visible de la revolución conservadora que triunfó en los años ochenta del siglo XX y tuvo su momento icónico en la caída del Muro de Berlín.

Mario Vargas Llosa

En posesión de todos los galardones posibles (del Cervantes al Nobel pasando por el Princesa de Asturias, el Rómulo Gallegos y hasta el Planeta), Mario Vargas Llosa fue miembro de la Real Academia Española (sillón L), corporación en la que ingresó en 1996 con un discurso sobre Azorín al que respondió Camilo José Cela. En noviembre de 2021 se convirtió también en uno de los “inmortales” de la Académie Française pese a no haber escrito una sola línea en la lengua de Molière. “Yo aspiraba secretamente a ser un escritor francés”, dijo en febrero de 2023 al comienzo de su discurso de ingreso en una ceremonia a la que acudió el rey Juan Carlos.

Acostumbrado desde joven a acumular distinciones, siempre dijo que su gran objetivo era no convertirse en estatua. En 2019, cuando parecía que ya no escribiría nada a la altura de sus grandes novelas, publicó la soberbia Tiempos recios, basada en la intervención de la CIA para derrocar —en 1954 y con falsas acusaciones de comunismo radical— el Gobierno tibiamente socialdemócrata de Jacobo Árbenz en Guatemala. La obra se cierra con un párrafo en el que Vargas Llosa, anticastrista acérrimo, demostraba que antes que enemigo de Fidel Castro era amigo de la verdad. La lección guatemalteca, reconocía, llevó a la Cuba revolucionaria a aliarse con la Unión Soviética para “blindarse contra las presiones, boicots y posibles agresiones de los Estados Unidos”. En su opinión, “otra hubiera podido ser la historia de Cuba” si EE UU hubiera aceptado antes la “modernización y democratización” de la Guatemala ensayada por Árbenz. Ese reconocimiento fue una de las últimas lecciones intelectuales de un escritor indiscutible al que le encantaba discutir. Y que siempre afrontó el debate ideológico sin rastro de cinismo.

Para él, escritura y política siempre fueron dos caras de la misma moneda: la de la libertad individual. A costa incluso de la justicia social. Por eso remató su discurso del Nobel recordando que “las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad”. La lectura, añadió, inocula la rebeldía en el espíritu humano: “Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”. Y en su caso, algo más: ser inmortal para sus lectores.

elpais.com

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RD no votará en el cónclave para elegir al sucesor de Francisco; aquí la lista de los que sí podrán

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Agencia EFE

Ciudad del Vaticano.-El papa Francisco quiso dar a la Iglesia una mayor universalidad y así quedó reflejado en el cónclave que elegirá a su sucesor, donde los purpurados latinoamericanos serán más que los que le eligieron el 13 de marzo de 2013.

En el cónclave que eligió a Jorge Bergoglio participaron 19 purpurados latinoamericanos y en el próximo serán 23.

En el último consistorio, el décimo de Bergoglio, seis de los nuevos purpurados procedieron de Sudamérica. Se trata del arzobispo de Lima, Carlos Castillo Mattasoglio, de 74 años; el de Santiago de Chile, Fernando Natalio Chomali Garib (67); el de Santiago del Estero y primado argentino, Vicente Bokalic Iglic (72); el de Guayaquil, el ecuatoriano Gerardo Luis Cabrera (69) y el brasileño arzobispo de Porto Alegre, Jaime Spengler.

Después de que el cardenal español nacionalizado chileno, Celestino Aos, cumpliese 80 años el pasado 6 de abril – la edad máxima para participar en el cónclave – quedaron 23 cardenales latinoamericanos posibles electores, aún lejos de los 55 europeos.

México tiene seis cardenales en el colegio cardenalicio, pero solo dos de ellos tendrán derecho a voto en el cónclave: el arzobispo primado de México, Carlos Aguiar Retes, de 75 años (nombrado en 2016 por el papa Francisco), y del arzobispo de Guadalajara, Francisco Robles Ortega, de 74 años (nombrado en 2011 por Benedicto XVI).

Por América Central y el Caribe están el arzobispo de San Cristóbal de la Habana (Cuba), Juan de la Caridad García Rodríguez; el de Ciudad de Guatemala (Guatemala), Alvaro Ramazzini, y el nicaragüense Leopoldo Brenes.

Mientras que son 17 los representantes de América del Sur.

Los argentinos serán cuatro: el prefecto del dicasterio de la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel “Tucho” Fernández; el arzobispo de Córdoba, el jesuita Ángel Sixto Rossi; el arzobispo de Santiago del Estero, Vicente Bokalic y Mario Poli, arzobispo emérito de Buenos Aires.

Siete son los cardenales brasileños: João Braz de Aviz, Pedro Scherer, Orani João Tempesta, Leonardo Steiner, Sérgio da Rocha, Jaime Spengler y Paulo Zeza Costa.

Además del chileno Fernando Natalio Chomali; el ecuatoriano Luis Fernando Cabrera, el paraguayo Adalberto Martínez Flores, el peruano y arzobispo de Lima, Carlos Castillo, el uruguayo Daniel Fernando Sturla Berhouet y el arzobispo de Bogotá, Luis José Rueda Aparicio.

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Revelan la causa del fallecimiento del Pontífice

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La Iglesia Católica ha entrado en un momento histórico tras confirmarse el fallecimiento del papa Francisco. La noticia, difundida por la Santa Sede la mañana del lunes 21 de abril, ha generado conmoción entre fieles, líderes políticos y religiosos en todo el mundo. El deceso ocurrió a las 7:35 de la mañana en su residencia de la Domus Santa Marta, en el Vaticano.

El Director del Departamento de Salud e Higiene de la Ciudad del Vaticano, el profesor Andrea Arcangeli, ha confirmado que la causa del fallecimiento del Pontífice fue un derrame cerebral que provocó un colapso cardiocirculatorio irreversible.

La condición se agravó por antecedentes clínicos de neumonía bilateral multimicrobiana, hipertensión arterial, diabetes tipo II y bronquiectasias múltiples.

Última aparición pública

El domingo 20 de abril, un día antes de su fallecimiento, el Pontífice hizo su última aparición pública durante la misa de Pascua en la Plaza de San Pedro. Desde el balcón del Vaticano, y en silla de ruedas, Francisco pronunció breves palabras antes de ceder la lectura del mensaje Urbi et Orbi al maestro de ceremonias.

Fiel a su estilo discreto y cercano, el Santo Padre quiso estar presente, aunque su frágil estado de salud ya era evidente. Fue un gesto final de entrega que conmovió a miles de fieles congregados en la plaza y a millones que lo siguieron por televisión.

El papa Francisco, nacido como Jorge Mario Bergoglio el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Argentina, había sido ingresado el pasado 14 de febrero en el hospital Gemelli de Roma debido a una infección respiratoria severa. La afección, causada por múltiples microorganismos, derivó en una neumonía bilateral que debilitó considerablemente su sistema inmunológico.

Permaneció hospitalizado durante 38 días y fue dado de alta el 23 de marzo. Desde entonces, residía en la Domus Santa Marta, donde continuaba con cuidados médicos. Aunque algunos días se le vio más animado, su salud general permanecía comprometida.

Reacción del Vaticano y del camarlengo

Kevin Farrell, cardenal camarlengo y actual administrador temporal de la Santa Sede, fue el encargado de comunicar oficialmente la muerte del papa. En una declaración solemne, expresó:

“Con profundo dolor tengo que anunciar que el papa Francisco ha muerto a las 7:35 horas de hoy. El obispo de Roma ha vuelto a la casa del Padre. Su vida entera ha estado dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos ha enseñado el valor del evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente hacia los más pobres y marginados”.

Farrell, además, asumirá temporalmente la administración de la Iglesia hasta que se convoque y celebre el próximo cónclave.

Un legado marcado por la humildad y la justicia social

El papa Francisco pasará a la historia como un Pontífice profundamente humano, comprometido con los más necesitados, firme en su crítica al consumismo y promotor del cuidado del medio ambiente. Fue el primer papa latinoamericano y el primero de la orden de los jesuitas en alcanzar el cargo más alto de la Iglesia Católica.

Durante su pontificado, impulsó reformas significativas en la Curia Romana, promovió el diálogo interreligioso y denunció las desigualdades sociales en escenarios internacionales. Su estilo pastoral, abierto y cercano, rompió muchos protocolos tradicionales, acercando la figura del papa a millones de personas.

¿Qué sigue para la Iglesia?

Con la causa del fallecimiento del Pontífice confirmada, se activa el protocolo para elegir al nuevo papa. El cónclave deberá celebrarse en los próximos 20 días, convocado por el camarlengo. Los cardenales electores —aquellos menores de 80 años— serán los encargados de votar en secreto al sucesor de Francisco en la Capilla Sixtina.

El proceso, que tradicionalmente combina reflexión espiritual y estrategia política, definirá el rumbo de la Iglesia en los próximos años. La atención del mundo se centra ahora en Roma, a la espera del humo blanco que anunciará un nuevo capítulo en la historia del catolicismo.

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ROMA: El papa sostiene planeta necesita recobrar paz y cuidado

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ROMA.- El papa Francisco no ha participado este Viernes Santo en el tradicional Vía Crucis en el Coliseo de Roma, ya que continúa su convalecencia por sus recientes problemas respiratorios, pero se ha hecho presente con la lectura de sus meditaciones.

Este es el tercer año consecutivo que el pontífice renuncia a esta ceremonia, siempre para cuidar de su salud, delicada ahora más que nunca después de los graves problemas respiratorios que le mantuvieron hospitalizado 38 días, hasta el 23 de marzo.

Sin embargo, sus reflexiones han sido leídas ante miles de fieles que se han congregado ante el famoso anfiteatro, en una ceremonia presidida por el cardenal Baldassare Reina, delegado por el papa para ello.

Durante el vía crucis, la cruz ha sido llevada desde el interior del Coliseo hasta una elevación cercana en los Foros Romanos, pasando por catorce estaciones que representan el camino de Jesús a la muerte.

Los encargados de cargar con ella han sido el purpurado Reina, personal de Cáritas, una familia, un grupo de profesores, personas con discapacidad, inmigrantes, personal sanitario y voluntarios del Jubileo en curso, entre otros.

El papa denuncia un mundo «de cálculos y algoritmos»

Mientras, se han leído las meditaciones que el pontífice había preparado para esta ceremonia y en las que denuncia un mundo «de cálculos y algoritmos, de frías lógicas e intereses implacables» y una economía «que mata».

En el texto también alude a un planeta que necesita recobrar la paz y que necesita ser cuidado. «Que venga tu paz para la tierra, el aire y el agua. Que venga tu paz para los justos y los injustos. Que venga tu paz para quien es invisible y carece de voz. Que venga tu paz para quien no tiene poder ni dinero. Que venga tu paz para quien espera un renacer justo», ora el papa argentino.

El papa, de este modo, se ha hecho presente ante los miles de fieles que, con velas, han asistido al vía crucis en el Coliseo, símbolo de la persecución de los primeros cristianos.

El papa ha reducido drásticamente su agenda

Este Viernes Santo el papa, que ha reducido drásticamente su agenda tras su ingreso hospitalario, tampoco ha participado en la liturgia de la Pasión del Señor en la basílica de San Pedro, a la que ha asistido el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance.

Aunque la víspera, el Jueves Santo, si bien no participó en la misa crismal de por la mañana, no quiso renunciar a su tradicional visita a una cárcel, eligiendo la romana de Regina Coeli. «Lo vivo como puedo», reconoció ante la prensa a su salida de la penitenciaría, preguntado por cómo vive esta Semana Santa.

Este año, debido a su salud, las celebraciones en el Vaticano son presididas por cardenales delegados por el papa y este sábado será el turno de la Vigilia Pascual, a partir de las 19:30 horas locales (17.00 GMT), previsiblemente también con su ausencia.

El Domingo de Resurrección, la Pascua, será el momento de la tradicional bendición Urbi et Orbi, para la que se espera que pueda aparecer, aunque el Vaticano no lo ha confirmado.

¿Qué se hace en cada estación?

El via crucis recuerda los acontecimientos que vivió Jesucristo, desde su prendimiento en la última cena hasta que fue crucificado y resucitado. Un total de 14 estaciones que representan los hitos de ese recorrido físico y espiritual, en los que Cristo portó la cruz.

En Roma, cada estación consta de una meditación escrita por el papa, una reflexión testimoniada por los relatos de personas que han sido protagonistas de una situación que podría considerarse análoga a lo vivenciado por el hijo de Dios y concluye con una oración.

Durante las estaciones se conmemoran los siguientes pasos de la Pasión representados a través de personas que por ejemplo han sufrido migraciones complicadas a través del desierto, o fieles que han hecho una labor en lugares peligrosos o complejos.

Este año, el papa hace reflexiones como la que propone abrazar «la economía de Dios, que no mata, no descarta, no aplasta. Es humilde, fiel a la tierra» .Y la compara con una economía «deshumana» en la que «noventa y nueve valen más que uno». El acto religioso dura alrededor de hora y media.

En la Estación I se conmemorará que Jesús es condenado a muerte, abandonado por los suyos y negado por Pedro. Para ello, la meditación que se leerá es la siguiente: La vía del Calvario pasa por nuestras calles de todos los días. Nosotros, Señor, por lo general, vamos en dirección opuesta a la tuya. Precisamente de ese modo puede ocurrir que nos encontremos con tu rostro, que nos crucemos con tu mirada».

En cada estación, el papa escribe una oración y reza «para desafiar una economía que mata» o «por los que están en las fronteras y sienten que su viaje ha terminado».

En la Estación XIV —la última— el papa desea la paz para «todas las naciones». En la invocación final, el papa cita las palabras de san Francisco para invocar «el don de la conversión del corazón».

of-am

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