Opinión

No son anécdotas

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Por Melvin Mañón

Para hacer el camino desde la terminal de autobuses New York-New Jersey  hasta la calle 94 y Broadway me tocó un taxista, dominicano, de Villa Rivas, bien informado, conversador y atildado. Hablamos de todo porque el tráfico estaba difícil. Lo invité a asistir a una charla que dictaría la noche siguiente en la escuela Gregorio Luperón de Manhattan. Nunca me dijo de que partido era, alabó el proceso ecuatoriano que puso como modelo (fue en ese momento cuando me reí porque justamente hacía apenas una semana que yo mismo había regresado de un viaje a Ecuador) pero si me dejó en claro que estaba arrepentido y avergonzado de haber votado por el PLD.  Casi al final, y como si fuera una conclusión, el hombre me dijo, que aunque amaba su país, y conocía a todo el que hubiera nacido en Villa Rivas ya no tenía esperanzas de que esto se pudiera arreglar y que, una casa que había comprado pensando en su vejez, la tenía en venta.

Al día siguiente, antes de que comenzara la charla, me entretuve saludando conocidos, dando la bienvenida a otros y conociendo gente nueva. Me detuve un rato con Ricardo el hermano de un amigo mío, dirigente político local del partido DxC. Hacía alrededor de un año que había ejecutado una decisión importante. Dejó su país y,con su mujer y sus hijos, se vino a Nueva York convencido de que no hay futuro para sus hijos. No emigró por hambre, ni por desempleo sino por desesperanza, porque no podía manejar el nivel de desorden y no se sentía a gusto con la indisciplina, el ruido, la grosería y el mal gusto. Una de sus hijas -refería con orgullo- además de la calidad de la educación que está recibiendo, también está becada aprendiendo música y a él le parecía genial que, sin dinero, solamente con el esfuerzo, su hija, en lugar de un reggaetón, estuviera estudiando música clásica.

Apenas días después de haber regresado me entero de que un matrimonio, ambos profesionales, con tres hijos ya adultos, se apresta a emigrar a los Estados Unidos.

–Algo que nunca pensamos hacer- confiesan. A pesar de que tenían residencia, a pesar de que sus tres hijos se hicieron profesionales y viven en diferentes lugares de Norteamérica, ellos, por cultura, costumbre y un poco, pero solamente un poquito, porque andan alrededor de los 50 años no tenían intención ni planes de emigrar. Ahora, están vendiéndolo todo y ya tienen una idea de lo que harán una vez que se establezcan: pondrán un pequeño negocio en el área de energía.

Luego, el sábado 16 en la tarde y el domingo 17 de noviembre en la mañana, aprovechando una pausa en la llovizna, salgo a caminar. Cubro el tramo desde el Palacio de Bellas Artes hasta la calle Las Damas. Lo hago con cierta frecuencia, cambiando las calles para no repetir el recorrido. Por todas partes letreros de SE VENDE y naturalmente me acuerdo del taxista. En varios lugares, conductores en vía contraria, en casi todas las esquinas ruido y en todas las aceras basura. Dos tipos en la José Gabriel García, bailan solos en plena calle y sin parejas, presumiendo,¿de que? No lo se, pero lo hacen. Entonces me recuerdo del hermano del amigo mío y del matrimonio que se va.

No quiero que nadie se atreva a tratar estos casos como anécdotas. No son un chiste ni un invento. Es un resumen apretado de la situación del país que produce dos tipos de dominicanos. Los que creen que esto se jodió y no hay nada que hacer y los que tratamos de no tener que irnos. Mientras tanto, el gobierno y el partido de gobierno me estupran. Los opositores no me hacen caso y el grueso del país sigue en la chercha. Yo seguiré haciendo, tratando y luchando, por temperamento, como el alacrán. ¿Conocen la fábula del alacrán? Pero, por favor, los que me conocen, ahórrenme la mala sangre y al saludarme no me digan: ¿ Y que, todo bien?. Así nos ahorramos, yo el boche de decirle que no coño, que aquí no hay nada que esté bien y usted el enojo de una respuesta grosera, pero veraz. Y algo más. Nadie va a arreglar esto por nosotros. Por mas metido que usted esté en la chercha, por mas erotizada que esté su conducta, por mas riqueza que esté acumulando y por mas confiado que esté creyendo que no le va a pasar nada, recuérdese de algo: el destino nos alcanza a todos por igual. Y los dos estamos en la carretera.

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