Nos esperan días duros no sólo por una época de una severa pandemia, sino porque lo que no sirve se ha alzado con el control del Estado.
La República Dominicana sigue sumergida en aguas sucias y turbulentas de consecuencias que podrían destruir el país.
Las conductas y acciones de los políticos sólo se quedan en el marco del populismo y la demagogia, porque no tienen un serio compromiso de cambiar el destino del país.
Lo grave de la situación es que cada día surgen aspirantes a dirigir la nación que viven de la doble moral y de buscar su legitimación luego de llenarse los bolsillos con el patrimonio nacional.
Sólo basta observar la alcaldía de Santiago, donde convergen buenos y malos, pero principalmente malos, que ven la administración pública como un botín, pero que buscan vender una imagen hacia la sociedad de todo lo contrario.
Es mucho lo que se puede hablar de la gestión de Abel Martínez en el ayuntamiento de Santiago, cuyos méritos están fundamentados en la ineficiencia, la complicidad con lo mal hecho y la ineptitud de los que han ocupado el puesto anteriormente.
Se podría asegurar que lo que primero que se requiere para ser alcalde de Santiago es carecer de personalidad y de ideas propias, porque más bien el ayuntamiento es un nido de crápulas sociales que no ven más allá de las tropelías que cometen en el día a día en las calles de la ciudad.
Todo ese mal comportamiento y visión equivocada de la vida y de como administrar los bienes públicos, amenaza con trasladarse al Palacio Nacional para que ese mozalbete llamado Abel Martínez se convierta en una auténtica expresión de la mediocridad en la cima del poder.
Cualquiera pudiera preguntarse de qué puede hablar Abel Martínez, a menos que no sea de sus travesuras de media noche y de su comportamiento dudoso cuando se trata de manejar patrimonios públicos.
Pero esas realidades no son obstáculos para que los tigueres, los barriobajeros y los que sólo buscan fortunas a como de lugar le rindan pleitesía, porque ese tipo de expresiones son propias de la mediocridad y de las sociedades que han perdido sus valores éticos y morales.
Siempre hemos dicho que la República Dominicana tiene miles de Félix Bautista, como Abel Martínez, entre otros, quien no está lejos de esa conducta, pero que se cree que por su condición de ciudadano tienen el derecho de burlarse de la sociedad y poner en un pedestal muy alto la superficialidad, los malos hábitos y cualquier recurso perverso para sumergir el país en la más profundas aguas sucias y turbulentas del quehacer nacional.