AGENCIA EFE
Dos de las discotecas implicadas en el incendio el domingo en una zona de ocio de la ciudad española de Murcia, en el que murieron 13 personas, no tenían licencia municipal
Chinandega, Nicaragua.-«Papá cuídese, cuídese mucho, que lo quiero mucho. No quiero darme cuenta que está enfermo». Esas fueron las últimas palabras que Carlos Alberto Hernández Suazo escuchó de su hija, Martha Alejandra Hernández Zamora, una de las víctimas nicaragüenses que murieron en un incendio en una discoteca en Murcia, España.
Con la voz cortada y los ojos llorosos, Hernández, un hombre de 80 años que ha perdido a 6 de sus 7 hijos en diferentes circunstancias, dice en una entrevista con EFE que pese a sus innumerables padecimientos crónicos, trata de aparentar fortaleza ante la tragedia.
El incendio en una conocida zona de ocio de la ciudad española de Murcia, que dejó al menos trece fallecidos la madrugada del domingo, le quitó a su hija Martha Alejandra y a dos nietos Sergio Enrique Silva Hernández y Erick Salomón Torres Hernández. También a Ofilia del Carmen Blandón, esposa de Torres.
Hernández confiesa que siente un vacío en su interior y en su mente solo tiene el recuerdo de su hija y sus dos nietos fallecidos en el siniestro; de esos males que lo aquejan a diario, ninguno le había causado tanto dolor como la noticia de la trágica muerte de sus familiares.
«Adentro es un volcán el que tengo. No se me borra el pensamiento que tengo hacia ella (su hija). Lamentablemente así es», comenta.
Martha Hernández Zamora, de 62 años y empujada por la pobreza, abandonó Nicaragua hace 15 años con destino a España en busca de mejores condiciones de vida.
Ella, según cuenta el patriarca, viajó al «Viejo Mundo» con el fin de darle estabilidad a sus hijos, a quienes mandó a traer desde Nicaragua tras establecerse en España.
«SE ADELANTÓ EL VIAJE»
Su hija, cuenta Hernández, tenía previsto viajar a Nicaragua en diciembre próximo, cuando en el país centroamericano se celebran unas largas vacaciones por la Navidad y Fin de Nuevo.
«Estaba programada de venir en diciembre (a Nicaragua), para Navidad, pero se adelantó el viaje. Vino el último día de septiembre» de 2023, día del incendio, cuenta el padre con semblante melancólico.
Para Hernández, el espíritu de su hija ya está con él, en su natal ciudad de Chinandega, 135 kilómetros al noroeste de Managua: «Lo que necesito ahora es el cuerpo. Ese es el regalo de Navidad», sostiene.
El padre y abuelo de tres víctimas nicaragüenses no estará tranquilo hasta que el cuerpo de sus familiares sean repatriados al país y puedan darle sepultura en un espacio que ya tiene reservado para guardar a toda su familia.
Como si fuera ayer y sin sospechar que serían sus últimas palabras, aún recuerda la videollamada que hace 15 días le hizo su hija: «padre, cuídese mucho, que lo quiero mucho».
Entre llantos y sin soltar el teléfono móvil, Hernández y los que lo acompañan en esa casa en Chinandega, esperan pacientemente el momento en el que pueda poner punto final a esta tragedia.