Puede arruinar el aspecto de sus manos, no es muy higiénico y si se lleva extremos causa dolor. Entonces, ¿por qué lo hace la gente? El mordedor de uñas compulsivo Tom Stafford lo investiga.
¿Qué tenemos en común el exprimer ministro británico Gordon Brown, Jackie Onassis, Britney Spears y yo? Todos nos mordemos (o mordíamos) las uñas.
No es un hábito del que esté orgulloso. Para otras personas verlo es bastante asqueroso, arruina el aspecto de mis manos, es posiblemente antihigiénico y a veces duele si lo llevo demasiado lejos. He intentado dejarlo muchas veces, pero nunca he podido hacerlo.
Últimamente me he preguntado qué hace que alguien se convierta en un mordedor de uñas habitual como yo. ¿Tenemos poca voluntad? ¿Somos más neuróticos? ¿Más hambrientos? Quizá, en algún lugar en los anales de la investigación psicológica podría haber una respuesta a mi pregunta y quizá incluso pistas sobre cómo curarme de este desagradable hábito.
En mi primera incursión en la literatura sobre el tema encontré el nombre médico para morderse las uñas en exceso: “onicofagia”.
Los psiquiatras lo clasifican como un problema de control de impulsos, junto con otros males como el trastorno obsesivo compulsivo. Pero esto es para casos extremos donde la ayuda psiquiátrica es beneficiosa, al igual que con otros excesos como pellizcarse la piel o tirarse del pelo.
Yo no estoy en esa fase sino entre la mayoría de mordedores de uñas que continúan con el hábito sin efectos secundarios serios.
Por ejemplo, hasta un 45% de adolescentes se muerden las uñas; yo entiendo que los adolescentes pueden ser problemáticos, pero no diría que casi la mitad de ellos necesite intervención médica.
Quiero comprender el lado “subclínico” del fenómeno. Morderse las uñas no es un problema importante, pero todavía me parece una preocupación como para querer librarme de ello.
Es culpa de la madre
Los psicoterapeutas han formulado algunas teorías acerca del problema, por supuesto.
Sigmund Freud le echó la culpa a la detención del desarrollo psicosexual en la fase oral (claro).
Dentro de las teorías freudianas, la fijación oral está vinculada a multitud de causas, como infraalimentación o sobrealimentación, un periodo demasiado largo de lactancia o una relación problemática con la madre. También es un cajón de sastre de síntomas resultantes: morderse las uñas es uno, pero también está el tener una personalidad sarcástica, fumar, beber y el amor por el sexo oral.
Otros terapeutas han sugerido que morderse las uñas podría deberse a una hostilidad hacia uno mismo, después de todo es una forma de automutilación, o una ansiedad nerviosa.
Como la mayoría de las teorías psicodinámicas, estas explicaciones “podrían” ser ciertas, pero no hay una razón en particular para creer que “deberían” ser ciertas.
Lo más importante para mí es que no tienen ninguna buena sugerencia sobre cómo curarme del hábito. He perdido el tren seguramente en cuanto a la lactancia y me muerdo las uñas incluso cuando estoy más relajado, así que no parece que haya ahí una buena solución tampoco.
No hace falta decir que no hay pruebas de que los tratamientos basados en estas teorías tengan ningún éxito especial.
Lamentablemente, tras estas especulaciones, el tema se enfría.
Una búsqueda en la literatura científica revela solo un puñado de estudios sobre un posible tratamiento.
Ciertamente, varios de los pocos artículos existentes sobre morderse las uñas comienzan comentando la sorprendente falta de literatura sobre el tema.
Criatura de hábitos
Dada la ausencia de tratamientos, me creo libre para especular por mí mismo. Así que ésta es mi teoría sobre por qué la gente se muerde las uñas y cómo tratarlo.
Vamos a llamarla la teoría de la “antiteoría”.
Propongo que no hay una causa especial para morderse las uñas, ni la lactancia, ni la ansiedad crónica ni una falta de amor maternal. La ventaja de esto es que no necesitamos encontrar una conexión concreta entre Gordon, Jackie, Britney y yo.
Más bien, yo sugiero que morderse las uñas es solo el resultado de varios factores que, debido a variaciones aleatorias, se combinan en algunas personas para crear un mal hábito.
En primer lugar, está el hecho de que ponernos los dedos en la boca es muy fácil. Es una de las funciones básicas de la alimentación y el aseo, y por lo tanto está controlada por circuitos cerebrales bastante básicos, lo que significa que se puede convertir rápidamente en una reacción automática.
Sumemos a esto que hay un elemento de “arreglo” al morderse las uñas, es decir, mantenerlas cortas, lo que significa a corto plazo que al menos puede ser placentero, aunque a largo plazo puedas acabar haciéndote polvo los dedos.
Este elemento de recompensa, junto con la facilidad con la que se puede llevar a cabo el comportamiento, significa que es fácil desarrollar el hábito; aparte de tocarse los genitales, es difícil pensar en una forma más inmediata de darse a uno mismo un pequeño momento de placer, y morderse las uñas tiene la ventaja de ser correcto en la escuela.
Una vez establecido, el hábito se puede convertir en rutina: hay muchas situaciones de la vida diaria de todo el mundo en la que tenemos las manos y la boca disponibles para usarlas.
Comprender el morderse las uñas como un hábito tiene un mensaje desalentador para lograr una cura, lamentablemente, ya que sabemos lo difícil que es acabar con los malos hábitos. La mayoría de la gente, al menos una vez al día, pierde la concentración sobre no morderse las uñas.
El hábito de morderse las uñas, en mi opinión, no es una característica reveladora de la personalidad ni un eco inadaptado de algún comportamiento evolutivo útil. Es el producto de la forma de nuestros cuerpos, cómo se crea (y se vuelve recompensa) el comportamiento “mano a boca” en nuestros cerebros y la psicología del hábito.
Y sí, me mordí las uñas mientras escribía esta columna. A veces incluso una buena teoría no ayuda.
EL DIA.